domingo, 26 de febrero de 2012

Libertad controlada

Estoy en el suelo. No recuerdo cómo he llegado hasta aquí. Oigo voces cercanas lanzándome advertencias de manera poco amistosa. Oigo insultos, oigo gritos. Todo está muy confuso. A pesar de que tengo la visión ligeramente nublada, percibo que hay mucha gente a mi alrededor. La mayoría corren de un lado para otro sin aparente orden. Otros están quietos, de pie. Algunos pocos están sentados junto a mí, formando un círculo. Me fijo en ellos. ¡Pero si son compañeros del instituto! Reconozco, entre otros, a Esteban, a Carmen. Me miran, pero están serios. Me preguntan si estoy bien. Intento levantarme, pero alguien uniformado con guantes en las manos me lo impide. Me propina un empujón que hace que mi rabadilla golpee contra el duro asfalto. Dolorido, decido permanecer quieto. Ahora que he intentado moverme, noto como mi brazo derecho y mis costillas están magullados. La cabeza me duele. Algo líquido se escurre sobre mi ceja derecha y gotea sobre mi pómulo. Como había imaginado, es sangre. Tengo una brecha en el cráneo. Muestro mi mano manchada de rojo a los.....policías, sí, son policías antidisturbios, provistos de cascos y armados con porras, que se encuentran a escasos metros de donde nos mantienen inmovilizados. Uno de ellos me amenaza levantando su arma para que no me mueva. Le insulto, por un instante dejo brotar mi rabia. Maldigo su sombra, me cago en él y le vuelvo a mostrar mi ensangrentada mano.

A mi izquierda, a unos escasos veinte metros, un grupo de cinco o seis antidisturbios empujan sin contemplaciones a unos transeúntes que pasaban por allí. A una señora un poco gruesa la acaban de tirar contra la acera. Los que la acompañaban recriminan su actitud a los agentes que les contemplan impasibles. Uno de ellos, en un atisbo de sentido común y percatándose de la gravedad de la situación, ayuda a la mujer a incorporarse y la invita a que se marche de allí con un gesto. 

En el otro extremo de la plaza, una docena de policías cargan sin contemplaciones contra unos cuantos estudiantes con rastas y aspecto desaliñado. Les llueven palos por todos lados. Nadie les ha provocado ni les ha agredido para que reaccionen así.
A nuestra derecha, aparcado junto a unos contenedores, hay un furgón con los distintivos de la Policía Nacional. Varios chavales son conducidos hacia él, la mayoría menores que yo y después son obligados a entrar a empujones, ya que alguno se resiste entre lloros y gritos. “¡Llama a mi madre!¡Llámala!”.


¿Por qué me han agredido estos salvajes? Recuerdo que les dije que estaban obligados a mostrar su número de identificación. Acto seguido me propinaron diversos golpes.


Empiezo a recordar. Ayer por la tarde recibí un whatsap de Fran. Me explicaba que muchos compañeros habían quedado hoy después de las clases delante del instituto para protestar contra los recortes en materia de educación y me preguntaba si me gustaría acompañarles. Lo que ninguno de nosotros nos imaginábamos era que íbamos a ser reprimidos tan duramente por las fuerzas del orden por el delito de manifestarnos pacíficamente con nuestras mochilas y por algo tan básico como es un derecho reconocido en la Constitución.

No comprendo nada. Este país se está volviendo loco. Los delincuentes son tratados de forma parcial por la justicia y las personas decentes, como criminales. Soy joven todavía, pero ya empiezo a cuestionarme seriamente el funcionamiento de esta democracia en la que vivimos.

(Es evidente que solo se trata de un microrelato pero perfectamente podría haber sido el testimonio de una de las muchas personas que fue agredida por las fuerzas del ¿orden? en las manifestaciones de Valencia).

Óscar Morcillo

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sábado, 18 de febrero de 2012

Amor inmortal


Su gélida mirada, repleta de abismos, se clavó en la mía. En ella pude ver reflejado el rostro de Tánatos, el dios de la muerte. Sin embargo, aunque pudiera parecer irracional, no estaba asustado.

Sentí cómo su ávido aliento penetraba en mis entrañas devorando todo lo que encontraba a su paso. Un frío glacial se apoderó de mi cuerpo haciéndome temblar como una hoja en la brisa.

-¿Estarías dispuesto a entregar tu vida?- susurró de modo casi imperceptible con una mezcla de tristeza y ansiedad. Mi silencio no pareció perturbar su pétrea expresión.

Pero nada me importaba ahora. Me dejé caer en la dulce sima que formaban esos brazos de piel mortecina. Mi único pensamiento eran sus labios esponjosos de color carmesí. Ni siquiera percibí los afilados caninos que se ocultaban tras ellos y que se clavaron con delicadeza en mi lóbulo; después buscaron la parte lateral de mi cuello, cuya piel en aquel momento ya había comenzado a erizarse por el álgido contacto de sus manos que acariciaban rincones ocultos de mi cuerpo. Entonces se hundieron suavemente en la parte más alta de mi hombro, donde éste se une con la nuca. Tuve una sensación vertiginosa, similar a la de una montaña rusa en la bajada más fuerte, al notar, tras la breve incisión, cómo mi sangre manaba hacia ese lugar concreto y cómo abandonaba mi cuerpo para formar parte del de mi silenciosa amada. Creedme si os digo que era del todo imposible resistirse a la tentación de tan morboso deseo. Una insidiosa lujuria se había apoderado de mí sin remisión. Para cuando ella me había levantado con calculada lentitud la camisa de franela que separaba mi piel de sus dedos, mi  alma  había izado ya la bandera blanca y se había  entregado  sin  condiciones.

¿Para qué luchar contra una obsesión tan poderosa? Era más fácil abandonarse, dejar que todo transcurriese por su cauce. La naturaleza es cruel pero sabia. Y generosa. Sorprendentemente generosa. La gacela perece para que el león pueda sobrevivir, es ley de vida. Así ha sido desde el comienzo de los tiempos, todo el mundo lo sabe. Intentar evitarlo es contraproducente y puede crear un desequilibrio a nivel cósmico difícil de restablecer. Dejemos que el mundo gire una vez más y afrontemos la inexorabilidad de la existencia.

Tan pronto como sus dedos comenzaron a explorar mi torso desnudo, una extraña combinación de terror y de placer me invadió. Sentí que mi mente salía disparada, como sacudida por un resorte desconocido, hacia algún lugar lejano en el tiempo y la distancia. En cierto modo, la sensación era similar a lo que los adictos a la heroína llaman “viaje”: el instante en el que te inoculas la sustancia y millones de endorfinas son liberadas de forma masiva por el encéfalo.

Suavemente, sin apenas percibir su gesto, retiró sus colmillos de mi trémula piel con extrema delicadeza. Entonces pude contemplar de nuevo su cara, esos rasgos perfectos y al mismo tiempo frágiles, que contrastaban con la ferocidad de sus movimientos. En su labio inferior, una fina gota de plasma pendía del borde, temblorosa. Sin apartar su mirada, con gesto calculado, su lengua recogió el preciado elemento. Observé que el iris de sus ojos había pasado de un rojo salvaje a un ocre apagado. Su apetito había sido saciado, al menos parcialmente.

A la tenue luz de la madrugada, me di cuenta de que su expresión había cambiado. En ella pude intuir a un ser asustado, inseguro, una criatura que luchaba para sobrevivir a toda costa en un mundo hostil, condenada eternamente a ocultar su verdadera naturaleza por su propia seguridad. Pero también vislumbré una existencia llena de infinita tristeza y soledad, un corazón que imploraba un poco de amor y compañía.

Con voz apagada y melancólica, musitó:
-En cinco siglos me he encontrado, por decirlo de alguna manera, con un número infinito de personas, de todas las clases sociales posibles, de todas las razas que existen. Creyentes, ateos, humildes, orgullosos, señores, siervos. Pero todas ellas tenían en común una característica: el miedo atroz a lo desconocido, un pánico enfermizo a lo oculto, a lo que consideran sobrenatural. Sin embargo, tú... Creo saber el motivo que te impulsa a no demostrar temor alguno, lo cual admiro y encuentro interesante.

Pensé largo tiempo en sus palabras, que llegaban a mis oídos desde lejanos confines. ¿Realmente no sentía miedo ante su presencia? ¿O era más bien una falsa sensación? La respuesta era evidente. Después del primer contacto, el sentimiento que aquel ser despertó en mí no era sino una mezcla de deseo y pasión elevadas a la enésima potencia. Un bajo instinto que se había despertado de un prolongado letargo se estaba haciendo con el control de mis emociones y la sensación inicial de terror había sido disipada por completo.

En mi corta vida ninguna persona me había empujado a sentir ni una milésima parte de lo que estaba sintiendo en aquel momento. Nadie me había abierto los ojos de aquel modo tan desmesurado ni había otorgado un sentido real a mi existencia más allá de creer estar condenado a un errático paso por este mundo. Un fuego comenzaba a arder en mi interior, un fuego que quemaba la parte más profunda de mi alma y se iba abriendo paso hacia fuera.

En aquel mismo instante, sentí cómo el tiempo se escurría entre mis dedos y mi cuerpo se precipitaba hacia un vacío infinito repleto de brillantes estrellas. Cerré mis cansados ojos para disponerme a dormir, confiado en despertarme en una nueva e inmortal existencia junto a mi amada.

Oscar Morcillo

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lunes, 6 de febrero de 2012

¿Por qué Rajoy quiere hundir TVE?

Se me ocurren muchas respuestas, por ello las enunciaré una a una: 
  1. Sin una TVE fuerte los informativos "públicos" pierden su valor (y su liderazgo) y de todos es sabido que es más fácil manipular los informativos privados (como dicen por aquí "en diners, torrons"). 
  2. Ya tiene bastante con Intereconomía y otras televisiones que le hacen la labor que pudieran hacer "periodistas" como Alfredo Urdaci en TVE.
  3. Es una excusa perfecta para quitarse de enmedio a Ana Pastor. 
  4. Cargarse "Cuéntame cómo pasó" ahora que se acerca al año 82 y la serie empezará a hablar de Felipe González y el gobierno socialista, parece buena idea. 
  5. Cargarse una serie de ficción, aunque sea la favorita de los espectadores y la más vista, parece buena idea cuando su nombre es Águila "roja". 
  6. Lo mismo pasa con la ficción "La República", por algún motivo no le gusta... quizá si se llamase "La dictadura".
  7. Otra opción sería que algunas de las series, como dijo José Mota en Nochevieja se ajustaran el cinturon y pasasen de ser "Águila Roja" a "Gallina blanca", o "Gran reserva" a "Tinto con casera". 
  8. Con tanto retroceso podría volverse al antiguo aspecto de TVE, el que más añora:
  9.  
  10. A menos televisión de calidad (y no digo que todo lo emite TVE sea de calidad, pero sí que emite la mayoría de los programas y series de calidad), más consumo de telebasura por parte de los espectadores, lo cual de alguna forma perjudica el intelecto de la gente, lo cual de alguna forma beneficia a su partido, ya que será menos cuestionado. ¡Que no me entere yo, de que Belén Esteban pasa hambre!
Dejaré de divagar, y no mencionaré los empleados que se van a ir al paro con los recortes en TVE, y me concluiré después de todas estas respuestas, con otra pregunta:

¿Por qué Rajoy no quiere emitir 5 minutos de publicidad por hora para evitar toda esta situación?
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