El timbre de la vieja casa sonó con estridencia. La anciana interrumpió la charla que mantenía con su nieta y abrió la puerta.
-¿Es usted doña Juliana Campos Millán?
-Servidora. ¿Quién lo pregunta?
-Traigo una carta certificada. Por favor, anote su dni y fírmeme el recibo. Aquí.
Mientras el funcionario se alejaba calle arriba, Juliana abrió el sobre con sumo cuidado. El celo con el que los operarios precintaban el correo convertía el simple hecho de abrirlo en una operación complicada para quien padeciera artrosis en las manos. Cuando lo hubo conseguido, se sentó en el sofá y se colocó las gafas, bajo la atenta mirada de la joven. En su interior había una carta y otro sobre cerrado. La remitía una asociación para la recuperación de la memoria histórica. En un lenguaje repleto de formalidades y tecnicismos que por momentos se le antojaba casi incomprensible, se le explicaba que dicha asociación promovía una campaña según la cual se estaban rastreando y devolviendo a sus legítimos dueños toda clase de documentos que habían sido requisados durante la guerra civil.
Setenta años atrás, en la sierra de la Galocha, próxima a Huesca, a dos kilómetros del frente nacional, un fugitivo llamado Abel intentaba escapar de las balas de la guardia civil y de los miembros del regimiento Valladolid 20. Montaña arriba gateaba apenas sin fuerzas, con las uñas llenas de tierra, y sin más equipaje que el de un fusil y una granada de mano, con la que pensaba suicidarse en caso de verse acorralado. Unas horas antes, la oscuridad de una noche sin luna había sido su aliada, cuando decidió desertar del batallón franquista en el que estaba combatiendo. Militante de las juventudes socialistas unificadas, al poco de estallar la contienda había sido apresado por el ejército nacional, dándole a elegir entre servir a la patria o ir a la cárcel con todas las papeletas de acabar frente a un pelotón de fusilamiento.
Oculto durante el día y caminando por la noche burló la vigilancia de sus perseguidores hasta que llegó al frente republicano. Dos guardias le dieron el alto. Él les gritó:”¡Uníos, hermanos proletarios!”, una consigna obrera de los anarquistas. Le llevaron ante un coronel que, a cambio de oir su historia, le ofreció un plato de alubias con chorizo, el cual devoró con avidez, ante la mirada atónita de aquél. Días después lo destinaron a Barbastro, a la 28ª división, donde, en una escaramuza, fue hecho prisionero y encarcelado a la espera de juicio. Durante el tiempo que pasó cautivo conoció a otros desertores, como Santiago, un jóven de la “quinta del biberón” que había sido reclutado en Zaragoza.
Santiago había huído de casa un día después del alzamiento, aconsejado por su madre. Contaba que había sido testigo de cómo las tropas republicanas habían entrado en su pueblo y habían quemado el pequeño convento. Al cura le hicieron vestir de paisano y después le obligaron a unirse a ellos en el frente. Con las monjas hicieron lo que les vino en gana, no se salvó ni una. Horrorizado, el muchacho permaneció oculto en el monte hasta que, una noche, acuciado por el hambre, entró a robar en el campamento de las fuerzas nacionales, con tan mala fortuna que acabó siendo apresado.
Otro recluso contaba que, como escarmiento y delante de toda la tropa, habían mandado fusilar a un soldado que se había automutilado en un pie con el propósito de librarse del frente. El pobre desgraciado, debido a la escasa puntería del pelotón, se retorcía en el suelo. Un oficial pidió permiso a su superior para rematarlo y le descerrajó un tiro en la cabeza haciendo estremecer de pánico a todos los presentes.
Aunque no todo eran historias trágicas. Un navarro que había luchado en las trincheras recordaba que andaban todo el día pegándose tiros desde un lado al otro, separados apenas por unos cincuenta metros. Para ponerlos nerviosos les gritaban: “¡Eh, hijoputa, ten cuidado que por poco me vuelas la cabeza!” “¡Oye, tú, a ver si tienes más ojo, cabrón, que esa me ha pasado muy cerca!” En ese momento, el sonido de una ráfaga de ametralladora se elevaba en el cielo y por unos instantes un silencio mortal oprimía el pecho de los soldados. Entonces alguien gritaba:“¡¿Quién te ha enseñado a disparar con el culo, fascista de mierda? Si es que no le has dado a nadie, mariconazo!” Y de fondo se oían unas risas socarronas.
Una madrugada, los carceleros entraron y se llevaron al navarro. No volvieron a verlo nunca más. Entre los compañeros se comentó que seguramente lo habían trasladado por motivos de espacio, aunque en el fondo todos ellos sabían que no era cierto y que les aguardaba un destino parecido.
Ante tan desesperante situación, Abel no dudó en conseguir papel y un lápiz de carpintero, proporcionados por un cabo que se había apiadado de él, para poder escribir una carta de despedida a su esposa, con la que había contraído matrimonio poco tiempo antes. El cabo se comprometió en hacer todo lo posible para que llegara a su destino, pero fue interceptada por un superior y quedó confiscada.
La suerte se alió del lado de Abel, pues consiguió sobrevivir en la cárcel hasta que la guerra llegó a su fin, a pesar de padecer graves enfermedades, como la gripe. Después, y gracias a que un tío suyo terrateniente había dado cobijo y alimentos a un destacamento franquista durante el asedio de Zaragoza, un tribunal lo condenó únicamente a tres años y un día, transcurridos los cuales pudo volver a su pueblo y reunirse con su mujer, que lo daba por muerto.
-Abuela, ¿qué te ocurre? ¿Son malas noticias?
La anciana no podía contener las lágrimas.
-Es una carta de tu abuelo.
-¿Pero cómo es posible? ¡El abuelo murió hace cinco años!
Su mano sostenía la carta que iba en el interior del segundo sobre. Éste venía firmado por Abel Sánchez, un hombre, como tantos otros, que levantó un muro de piedra entre su memoria y los recuerdos de aquel aciago periodo de su vida en el que le dieron un fusil y le obligaron a enfrentarse a muerte contra hermanos y amigos. Jamás quiso hablar con nadie sobre las penurias que vivió y el calvario que tuvo que soportar. Ahora, todo aquel dolor y amargura era revelado de forma sincera a su viuda. Ésta sintió, al terminar de leer la carta, cómo una vieja herida que anidaba en su alma comenzaba lentamente a cicatrizar.
Óscar Morcillo
FELIZ CUMPLEAÑOS ÓSCAR, FELIZ SEGUNDA PATERNIDAD
y ya sabes que mi blog, es tu blog también.
y ya sabes que mi blog, es tu blog también.
Para disfrutar de más relatos de Óscar:
El amor de Fahyun y Nemat (inspirado en el caso de Nemat Safavi)
Sensaciones (sobre sensaciones únicas e irrepetibles en la vida)
La lluvia y la navaja de afeitar (con un final sorprendente)
Quimerio (una historia espeluzante e intrigante)
Quimerio (una historia espeluzante e intrigante)
Vaya, un relato muy sentido y muy intenso. Cuántas historias habrá así por el mundo...
ResponderEliminarUn saludo
@Crowley: Seguramente más de las que debieran. Feliz domingo amigo.
ResponderEliminarImpresionantes. Como para que alguien intente borrarnos la memoria. Qué grande historia.
ResponderEliminar@Alfonso: Lamentablemente hay quien lo intenta, pero por fortuna, no lo conseguirán. Saludos.
ResponderEliminarPor favor Oscar: sigue escribiendo.
ResponderEliminarOlvídate de la condensación que urge en el relato corto y expansiona tu lenguaje.
El relato me ha recordado una historia que me ha contado mi madre un millón de veces ocurrida durante la guerra civil. Altas horas de la madrugada, todos duermen, llaman a la puerta de forma imperiosa y sacan a mi abuelo a rastras delante de su mujer y las hijas mayores que se despertaron en un sobresalto. A empujones lo suben a un camión atestado de hombres en su misma situación. Destino un pozo, los tiraban vivos.
ResponderEliminarTuvo la grandísima suerte de que uno de los soldados había sido padrino de bautismo de una de sus hijas, quien esperó el momento portuno para lanzarlo del camión en marcha y así salvarle la vida.
Un beso Juanjo.
Que buen relato ,me atrapo desde el principio al fin,un abrazo a ti y a tu famili,besos
ResponderEliminarGenial relato o historia real, que seguro lo ha sido en muchos casos. Desde la primera hasta la última palabra me ha atrapado.
ResponderEliminarUn beso enorme
un relato excelente!
ResponderEliminarllegué a tu sitio por laMar que puso un tweet con este post y me atrapó
te felicito
beso
Felicidades a Oscar, que textos tan buenos. Y gracias a ti por mostrarlos.
ResponderEliminarBesotes
Impresionante relato, magnífico testimonio.
ResponderEliminarUn beso
@Anónimo: Se lo tengo dicho, es que él tiene un don.
ResponderEliminar@Fayna: Tremenda también la historia de tu abuelo. En fín, tragedias que nos dejan las guerras. Besos guapa.
@Fiaris Alfabeta: Igualmente guapa.
@LaMar: Es que Óscar escribe muy pero que muy bien. Besos.
ResponderEliminar@Vir: LaMar es un cielo y me twittea casi siempre, gracias a las dos. Besos.
@Tani: Lo mío es fácil, el mérito es suyo. Besos.
@Carmen: Me alegra que te haya gustado. Un besazo.
ResponderEliminarExcelentes letras... ojalá empecemos de verdad a cerrar heridas.
ResponderEliminarCarpe Diem
Sencillamente PRECIOSO
ResponderEliminarUn saludo
Como la historia que has contado,desgraciadamente hay cientos,sin embargo mi abuelo cuando se lo llevaron no tuvo la oportunidad de despedirse de su esposa e hija.
ResponderEliminarUn besico
Bonito regalo a Oscar en su día, muy merecido porque escribe extraordinariamente bien.
ResponderEliminarUn saludo.
@Adolfo Suárez: Sí, ciertamente ojalá así sea. Carpe diem.
ResponderEliminar@Juancar: Me alegra que te haya gustado. Un saludo.
@Buda: Sí que lo siento. Besos.
@Dean: Sí, es que es un artista, y lo peor es que no lo sabe... Saludos.
ResponderEliminarQue historia más bonita y dura a la vez!!
ResponderEliminarOscaret eres un artista!
Besicos!!
@Raquel: Tú y yo tenemos la fortuna, además de conocerlo en persona... jejeje Besos.
ResponderEliminarEs un relato conmovedor y muy bien escrito.
ResponderEliminarEnhorabuena Óscar!!
y por el relato también.
Abrazos
@Markos: Se lo diré, de tus partes.
ResponderEliminarUn abrazo.
Una historia magnífica y muy bien relatada.
ResponderEliminarExcelente.
Un abrazo.
Bife.
@Bife: Es que Óscar es un artista. Un abrazo.
ResponderEliminarUna historia triste y muy bien relatada. Cuantas habrá de estas, ¿verdad?
ResponderEliminarUn beso a todos
@Palabrasalbapor: Más de las que pudiéramos oir, seguro. Besos guapa.
ResponderEliminarJuanjo, necesito tu experimentada opinión en mi blog, gracias.
ResponderEliminarenlace a la noticia
@Pedro Tr.: Ya pasé, un crack. Recomiendo a todos la visita.
ResponderEliminarSencillamente impresionante, buenísimo, tu amigo Oscar Morcillo es un escritor como la copa de un pino, felicitaciones para él y para tí muchísimas gracias por compartirlo con nosotrs.
ResponderEliminarBeso Juanjo y your family,
P.D. el nene tremendo ¿no?
@RossCanaria: Sí, es un pedazo de escritor este Óscar. Y sí, Jordi está para comérselo. El sábado 5 mesecitos ya. Besos.
ResponderEliminarExcelente y emotivo relato que dibuja de manera incisiva un triste período de la historia de España.
ResponderEliminarPara disfrutar y conocer.
Enhorabuena, Juanjo y mis felicitaciones para su autor.
@Rudy Spillman: Se lo haré llegar de tu parte Rudy.
ResponderEliminarSeguro que le gustará.
Un abrazo.