Quimerio Fernández era un hombre extraño. No se le conocían mujer ni parientes, al menos eso decían sus paisanos del pueblo. Vivía en la más absoluta soledad, en una destartalada casita al final de la calle, lindando con el prado.
La gente que trataba con él, es decir, el dueño del colmado y los vecinos más cercanos a su vivienda, lo consideraban una persona educada, amable y correcta, a la vez que distante y fría. Apenas intercambiaba frases y sus conversaciones nunca duraban más allá de un “parece que va a llover” o “este año la cosecha va a ser buena”. Era bajito, delgado y de piel pálida. Usaba sombrero siempre y jamás se lo quitaba, ni siquiera para saludar a las mujeres cuando se las cruzaba por la calle, limitándose a realizar un ademán con la mano.
En las tertulias de la taberna, uno de los principales temas de conversación era la procedencia y origen de tan curioso personaje, pues a pesar de que él afirmaba que rondaba los cuarenta años, su aspecto físico no denotaba que tuviera más allá de una veintena. Cuando alguien le preguntaba a este respecto, argumentaba que la vida conyugal desgastaba mucho y que él no había padecido esa circunstancia.
-Aunque nunca se sabe lo que nos depara el destino- concluía.
La infancia de Quimerio había sido trágica. Era el menor de cuatro hermanos, todos ellos varones y había nacido en el seno de una familia campesina que vivía en una pequeña cabaña perdida en medio de las montañas, sin más muebles que una mesa coja, varios taburetes carcomidos y un par de camas donde, hacinados, dormían como buenamente podían. El padre se acercaba una vez a la semana hasta el pueblo más cercano, a unos seis kilómetros, para poder vender animales, huevos y leche.
Un invierno resultó mucho más frío de lo habitual y durante varios días nevó sin parar, quedando aislados del resto del mundo. Como consecuencia de las bajas temperaturas y, habiéndose quedado sin leña, sus padres habían perecido de frío, ya que habían utilizado sus escasas vestimentas para arropar a su prole, quedando todos ellos a merced del destino.
Cuando, un mes después, un vecino del pueblo acudió a visitarlos para saldar una antigua deuda, nunca se hubiera imaginado lo que iba a presenciar. Al abrir la puerta, un fuerte olor le provocó náuseas. En el interior, el pequeño Quimerio, que apenas contaba con cinco años de edad, estaba tumbado en la cama, en un estado de semi inconsciencia, delirante y con evidentes síntomas de desnutrición. Los cuerpos de todos los componentes de su familia, en estado de descomposición, yacían desperdigados por el suelo. Los dos cónyuges habían muerto de pulmonía y posteriormente sus vástagos habían hecho lo propio por inanición. Pero había algo más que le llamó la atención y era que todos los cuerpos presentaban mordeduras en muslos y pantorrillas, causadas probablemente por algún pequeño mamífero o roedor. Todos menos el de Quimerio.
El pequeño creció bajo la protección del párroco de la aldea, y cuando llegó a la edad adulta, decidió marcharse para probar fortuna en otros lugares, movido por el impulso de intentar enterrar un pasado tan traumático, de manera que, durante un largo período de tiempo, estuvo viviendo en diversos lugares, trasladándose siempre hacia donde había posibilidad alguna de trabajo, para finalmente recabar en el actual pueblo, donde llevaba un tiempo asentado.
Una fría mañana de invierno, Quimerio se encontraba realizando las labores de ordeño en su modesto pajar cuando recibió la visita inesperada de un vecino, el cual le preguntó por su perro, ya que lo había echado en falta desde la tarde anterior. Quimerio se limitó a preguntarle:
-¿Quieres conocer mi secreto?
Una mirada entre curiosa y extraña se dibujó en su rostro. Cuando iba a responder, Quimerio ya había cogido la pala y asestado un fuerte golpe en el mentón de su vecino, dejándolo tumbado sobre los deshechos de las vacas. Nunca más se supo de Fermín, que así se llamaba aquel pobre diablo. Se le estuvo buscando durante varias semanas, pero, al no dar con él, finalmente se suspendió su búsqueda.
Al día siguiente de la desaparición de Fermín, los cerdos de Quimerio se dieron un festín de carne humana con los restos que su dueño no había devorado.
Óscar Morcillo
Para disfrutar de más relatos de Óscar:
Sensaciones (sobre lo que siente un bebé en su nacimiento)
La lluvia y la navaja de afeitar (con un final sorprendente)
Interesante relato, el cual me ha dejado con ganas de saber más......, aunque ya se intuye mucho.
ResponderEliminarCarlos
Buen relato y muy interesante.Un besico
ResponderEliminarInteresante historia, vaya con con Don Quimero....
ResponderEliminarSaludos.
!Jo! Juanjo no esperaba ese final, me he quedado un poco parada. Una historia algo misteriosa. Un beso grande y mi cariño siemppre a los tres.
ResponderEliminarEsas son las consecuencias de haber sido criado por un párroco
ResponderEliminar@Carlos: Sí, a mí me pasó igual, este amigo mío es un artista con la pluma (bueno, en su caso con el teclado). Saludos.
ResponderEliminar@Buda: Muchas gracias, se lo transmitiré a Óscar. Besos.
@Pedro: Sí, como para fiarse de él, jejeje
@Luciérnagadeluz: ¿Sí eh? Final de los de película, jejeje. Besos.
ResponderEliminar@Francisco Galván: ¡Vaya! No perdemos oportunidad ¿eh? Si es que lo tuyo es una cruzada, jejeje Un saludo.
Excelente, bravo por Oscar!
ResponderEliminarCarpe Diem
No me esperaba algo tan atroz...aunque con la infancia q tuvo...Un beso para los 3. Uruguayita.
ResponderEliminar@Adolfo Suárez: Está hecho todo un escritor. Saludos.
ResponderEliminar@Uruguayita: Besos para tí también guapa.
Que relato amigo!!! la verdad me pasó la de Uru no esperaba el final,besos a mi nieto y a sus papás.
ResponderEliminarSi es que la alimentacion es muy importante¡
ResponderEliminarSaludos.
@Fiaris: los mejores finales, son los inesperados. Besos.
ResponderEliminar@Severino: ya te digo... Saludos.
Me ha gustado mucho el relato
ResponderEliminarBesos
@Carmen: Se lo haré saber a Óscar. Se alegrará. Un beso.
ResponderEliminarMenudo final, además es de terror y me encanta.
ResponderEliminarAbrazo
Muy buen relato, y el comienzo para una serie, película, novela, etc...
ResponderEliminarCuídate amigo.
@José Jaime: Sabía que te gustaría... Es tu estilo. Un abrazo.
ResponderEliminar@Óscar Pardo de la salud: Pues sí, no estaría mal. Saludos.
!Que buenooo! Me ha encantado.
ResponderEliminarUn beso Junjo.
Excelente y terrorífica historia, no me imaginaba un final tan truculento.
ResponderEliminarBeso, Juanjo
No imaginaba ese final, hace tiempo que no leía historias de este tipo.
ResponderEliminarUn saludo.
Juanjo, muy interesante pero a mí no me cuentes estas historias que luego no duermo, no veas lo miedosa que soy y ya llevo dos noches sin dormir (aunque por supuesto podría no haber leído pero sabes despertar bien nuestra curiosidad).
ResponderEliminarT.a.p.
@Fayna: Me alegra de que te haya gustado. Un abrazo guapa.
ResponderEliminar@RossCanaria: Siempre hay que estar preparado para cualquier cosa... Besos.
@Dean: Pues entonces te habrá sorprendido. Eso es bueno. Saludos.
@T.a.p.: Bueeeno... Tú piensa en mi angelito Jordi y verás como duermes a pierna suelta, bueno o en el tuyo, que más grande, pero también es un cielo. Besos guapa.
Quisiera agradecerte una vez más la oportunidad de dejar una pequeña aportación en tu, para mí, magnífico blog.
ResponderEliminarY también agradeceros a todos vuestros comentarios y opiniones, ya sean o no positivas, que siempre serán bien recibidas por un servidor y animaros a que sigáis visitando este rincón de la red, entrañable, ameno, plural y abierto a todo el mundo.
Saludos.
Oscar.
@Óscar Morcillo: Muchas gracias a tí Óscar, por regalarnos tus relatos de vez en cuando. Siempre consiguen sorprendernos y además enriquecen mi humilde blog. Un saludo amigo.
ResponderEliminarBravo Óscar, sacas unos relatos estupendos. Y los escribes muy ben. Los finales con giros son una de mis debilidades :-D
ResponderEliminarSalu2
@Markos: ...dijo el otro que tampoco sabe escribir... Menudos fieras estáis hechos ambos. Saludos.
ResponderEliminar¡Por Tutatis! Señoras y señores: la clave, bien manejada, está en el texto: los mordisquitos.
ResponderEliminarUna historia tremendista con un aire a Ambrose Bierce, aunque con menos ironía.
Me ha gustado.
@Juan Carlos López: En nombre del autor: Gracias. Un saludo.
ResponderEliminarMantiene la tensión y la angustia ...Hasta el final. Muy bueno¡.
ResponderEliminarBesos
@Clara: Así es guapa. Besos para tí también.
ResponderEliminarEstupendo relato, como siempre, un lince para encontrar verdaderas maravillas en la red.
ResponderEliminarun saludo.
salud y República!!
Nexus.
@Nexus: En verdad esta maravilla más que encontrarla vino a mí, de la mano de mi amigo Óscar. Saludos.
ResponderEliminarVaya historia que nos has contado, Juanjo. Más bien parece, la quimera de Quimerio.
ResponderEliminarUn saludo.
@Rudy: Me alegra que te haya gustado. Un saludo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, inquietante, me he quedado con ganitas de mas ...
ResponderEliminarGracias Juanjo por compartirlo y felicitaciones a Óscar Morcillo.
Besets.
@Edda: Gracias a tí por pasar siempre guapa. Besos.
ResponderEliminarHay chico que final tan insospechado pero muy corto, el proximo que dure un poco mas. Besos a la famili.
ResponderEliminar@MarianLady: Ya sabes lo que dicen, lo bueno si breve, jejeje... Besos.
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