domingo, 23 de enero de 2011

El día en el que los relojes se pararon (3ª Parte)

Viene de:
"El día en el que los relojes se pararon" y
"El día en el que los relojes se pararon (2ª Parte)".


En ese instante, no lejos de allí, los niños del barrio situado a las afueras de la ciudad entraban en la escuela a su hora habitual y Seiko, como casi todos los días, acababa de llegar al comienzo de la calle principal, en cuyo final se encontraba el edificio adonde acudía cada mañana para dar sus lecciones de enseñanza básica. Siempre era de las más rezagadas debido a la afición que tenía a remolonear en la cama, por lo que su madre le había puesto el cariñoso mote de “chisana mamotto” que quería decir “pequeña marmota”. Esa mañana había salido de casa con tanta prisa que no se había despedido de nadie. Cogió su almuerzo y sus libros y echó a andar tan rápido como sus piernas se lo permitieron.

Llegando al colegio, un sonido que le era tristemente familiar la dejó inmóvil. Algunas sirenas anunciando el inminente peligro sonaron en el instante en que se aproximaba a la verja de la entrada. De repente, notó como una mano la cogía a la altura del codo apretándole con fuerza y sintió como era arrastrada en dirección contraria. Volvió la vista, reconociendo inmediatamente a su amiga Misako y en su rostro vio reflejada la preocupación.

-Dicen que esta vez son pocos aviones pero que por precaución debemos resguardarnos.

Seiko asintió, tomó su mano y apretaron la marcha en dirección al refugio más cercano, que se encontraba a unas dos manzanas de allí. Desde hacía unos días, las incursiones de la aviación norteamericana se habían convertido en algo tan cotidiano como ir al trabajo. 

La gente corría en todas direcciones de forma desordenada, poseídos por el miedo y la angustia. Una madre de aspecto robusto con su bebé en brazos, arrastraba como podía a otros dos niños que se agarraban fuertemente de su kimono azul mientras gritaba un nombre, supuestamente de su marido. Un anciano esbelto y de peno canoso caminaba con gran esfuerzo aunque con paso firme apoyado en su bastón.  Por la calzada ya solo circulaban personas. Los vehículos habían sido abandonados con las puertas abiertas y en el suelo yacían bicicletas esparcidas por todas partes.

Al intentar empujar la puerta metálica comprobaron con horror que ésta no cedía, por lo que, desconcertadas, decidieron golpear con los puños. Una distorsionada voz resonó en el interior.

-Este refugio está lleno, tendréis que buscar otro.
-¡Señor, por favor, déjenos entrar, sólo somos dos niñas!-sollozó Seiko.

Durante unos segundos que parecieron una eternidad, aguardaron la respuesta, con el hipnótico y aterrador sonido de las alarmas rugiendo a su alrededor. Comenzó a sollozar sin consuelo y, finalmente un sonido de cerrojos abriéndose la devolvió de nuevo a la realidad.

Entraron sin vacilar, bajando la escalera que conducía a la parte más profunda del refugio. Detrás de ellas se cerró la puerta, dejando atrás el caos y dando paso a una quietud absoluta. Al bajar el último escalón, decenas de temerosos ojos las miraron con una calma tensa. Las paredes estaban recubiertas de ladrillo rojo y los techos rematados por una capa de cemento. Una hilera de bombillas, algunas de ellas fundidas, alumbraban aquel húmedo y frío corredor, que a su vez desembocaba en una especie de enorme sala abovedada de forma rectangular. La gente se agolpaba, algunos en cuclillas, otros sentados,  a lo largo de la angosta galería, que debía medir unos cincuenta metros. Arriba todavía se podían oir los lloros apagados de un niño y también los gritos de auxilio de un desvalido, abandonados a su suerte. Las dos amigas se acurrucaron en un rincón sin separar sus manos, limitándose a esperar.

Entonces las sirenas cesaron de súbito. El tiempo se ralentizó y el único sonido que se podía oir en aquella sala era el latido de sus corazones. La mayoría echó la vista hacia el suelo, implorando mediante una silenciosa plegaria que el peligro se alejara o, si por el contrario el destino les deparaba algo negativo, que todo ocurriera lo más rápido posible. 

Seiko se puso a recordar canciones infantiles para alejar los pensamientos horribles de su mente y así se lo aconsejó a su amiga Misako, cuchicheándole al oído.

-Mi madre dice que cuando la tristeza o el temor nos invade, debemos recordar algún momento agradable para recuperar la calma.

Fue entonces cuando los relojes se pararon.

Continuará...
Óscar Morcillo



10 comentarios:

  1. Lo estoy siguiendo con mucha curiosidad este relato de Óscar.Es muy bueno

    Saludos

    ResponderEliminar
  2. Me lo voy leyendo poco a poco, que bien escribes Oscar me gusta. Un beso grandote

    ResponderEliminar
  3. @Felipe: Me alegra de que así sea. Mañana una entrega más y el martes el desenlace.

    @Luciérnagadeluz: Besos para tí también, guapa.

    ResponderEliminar
  4. Hola paso a saludarte. como no lei los otros capitulos, no he leido este, por falta de tiempo, pero seguro sera muy bueno, me gusta como escribe Oscar.
    Decirte que voy un poco mejor, el tiempo tampoco me sobra, pero ya mejor.
    Sabes algo de URU, ES QUE TODO EL MUNDO PREGUNTA, Y NADIE SABE, NO SE PUEDE ACCEDER TAMPOCO A SU BLOG. SI SABES ALGO.
    Yo me imagino que desconectaria un tiempo, pra recuperarse. Y luego ya volvera.
    un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. @Luzysolyluna: Cuando quieras o puedas, aquí tienes todas las partes para leerlas, te gustarán.

    Respecto a Uru, no sé nada. Supongo que estará descansando.

    Un abrazo muy grande y ánimo.

    ResponderEliminar
  6. Como dice Felipe,yo tambien lo sigo con curiosidad.

    Un besico

    ResponderEliminar
  7. Esperamos la continuación, habrá que releerlo todo junto cuando termines.
    Un saluo.
    PD. Si no se nos congela la red, porque con este frio!

    ResponderEliminar
  8. @Buda: Mañana último capítulo.

    @Rosa: La verdad es que es insoportable. Saludos.

    ResponderEliminar
  9. Pues yo lo sigo, sin más, es genial...
    Hasta el siguiente capítulo te dejo unos besines,

    ResponderEliminar
  10. @RossCanarias: Pues ¡fíjate!, que yo venía de visitar tu casa, y tú en la mía, jejeje. Besos.

    ResponderEliminar