Tecleó la cifra sobre el teclado sensitivo y al instante la cafetera estaba destilando un delicioso café con crema que caía con parsimonia en su taza favorita. Observó el humeante líquido mientras introducía un código para las tostadas en el panel de control doméstico que había situado sobre la encimera.
Ese día se había levantado con un fuerte dolor de cabeza. Echó un vistazo a la mini farmacia y se dio cuenta de que no quedaban aspirinas, por lo que, con un nervioso movimiento de su huesudo dedo, anotó dos palabras en la pantalla de LED parpadeante. El servicio de medicamentos a domicilio era bastante efectivo y garantizaban la entrega en una hora como muy tarde o devolvían el importe íntegro de la factura. Sonriendo, pensó que cuando era joven el producto estrella que se servía a domicilio era la pizza. Pero los tiempos habían cambiado mucho en los últimos cuarenta años. Ahora era normal ver coches voladores que se desplazaban a dos metros del nivel del suelo, edificios confeccionados con fachadas en su totalidad a base de paneles solares móviles que no generaban ni un solo residuo, prendas de vestir que llevaban implantados todo tipo de aparatos electrónicos, como teléfonos móviles y pequeños ordenadores. La tecnología y la ciencia habían avanzado hasta límites inimaginables. Por suerte había sido un avance responsable y respetuoso con el medio ambiente, ya que los niveles de contaminación, que habían alcanzado niveles de alerta máxima a principios de siglo, se contuvieron en el año 2020 y comenzaron a disminuir diez años después. El planeta comenzaba a respirar con cierto alivio y la posibilidad de un desastre natural de proporciones catastróficas se alejaba gradualmente.
Oprimió el botón azul y una bandeja se deslizó a través de la ranura situada junto al panel de control. Depositó en ella la humeante taza junto con las tostadas y se dirigió, con paso tambaleante, hacia el dormitorio.
-Cariño, ¿estás despierta?
Aguardó pacientemente en el umbral hasta que obtuvo una respuesta.
-¿Qué haces? Deben de ser las siete de la mañana.
-Son las nueve y media. Debiste quedarte dormida de nuevo viendo el holovisor. Por eso estás tan cansada.
Depositó la bandeja sobre la mesita y, apoyando sus rodillas sobre el colchón, la ayudó a incorporarse con toda la delicadeza que sus viejas manos le podían permitir.
-No sé por qué no hemos cambiado la vieja cama. Somos los únicos del vecindario que tenemos una cama convencional de los años veinte con su colchón de viscolástica y flexibil.
-Sabes que mi pobre espalda solo descansa bien sobre uno de estos. Los reposadores electrónicos de ahora me agudizan el lumbago y luego no puedo caminar derecha.
Con cuidado, apartó un mechón de cabello blanco y besó cariñosamente su sonrosada mejilla. Notó su piel fría como el hielo, por lo que retiró bruscamente la cara y la invitó a que tomara el recién preparado desayuno.
-Oh, creo que no tomaré más que un vaso de zumo, cariño. No me encuentro con apetito esta mañana.
Con resignación retiró la bandeja y se dirigió de nuevo a la cocina. Conectó el holovisor para ver las noticias de la mañana, buscó el canal siete y se sentó mientras se servía una tostada.
Un grito ahogado le alertó. Procedía de la habitación. Se acercó tan rápido como sus piernas se lo permitieron y al llegar vio, horrorizado, cómo su mujer se oprimía fuertemente el pecho con la mano derecha. Su rostro, lívido y convulso reflejaba un dolor agudo en su fase más álgida. Aunque muy nervioso y maniatado por el pánico, recordó la clase de primeros auxilios que recibió en aquel cursillo sobre seguridad e higiene en el trabajo, varios años atrás. Sin duda era el momento de llevarla a la práctica y ver si había servido para algo. Una vez ella había perdido ya el conocimiento, comenzó con la respiración artificial y la alternó con el masaje cardíaco. Permaneció cinco minutos esforzándose al máximo pero sin éxito alguno.
Cuando hubo acabado, se incorporó, no sin cierta dificultad, marcó el teléfono y, tras mantener una corta conversación, colgó y aguardó con impaciencia.
El vehículo tardó una hora en llegar. Abrió la puerta y saludó a los dos recogedores que enviaba la compañía.
-Está en la habitación. Intenté reanimarla pero fue imposible.
-No se preocupe. Por lo que nos ha comentado por teléfono, parece ser una avería convencional y la tenemos tipificada. Estos modelos no suelen dar problemas, pero aún en el caso de que sea un fallo de ajuste, tiene fácil solución. Nos la llevaremos, la revisarán nuestros técnicos y mañana se la devolveremos totalmente reparada.
Como ya dije hace unos días, hoy a propuesta de Senovilla y Ángel Cabrera escribimos sobre "convivencia". No sé si lo que he preparado será lo que se pretendía o no, pero como dice mi buen amigo Markos, "si no lo escribo, reviento...". Se trata de una historia verídica pero en la cual he cambiado los nombres de los protagonistas.
La historia de Luis
Pedro es un maestro de Educación Primaria, que acaba de debutar en el mundo de la docencia. En sus primeros días de clase con un grupo de 18 niños decidió realizar una sociometría para ver cuál era la dinámica de grupo que había en su aula. La sociometría mediante preguntas como "¿con quién te gusta más jugar?", "¿con quién menos?", "¿con quién te gustaría hacer un trabajo para clase?", "¿con quién no?", etc. buscaba dibujar una telaraña de relaciones entre los alumnos para saber qué niño está bien considerado por sus compañeros, cuál no, si hay alguno que es el líder, si hay alguno arrinconado...
El caso es que cuando Pedro observó esta telaraña se quedó fuertemente preocupado por un niño, Luis. Luis era un caso claro y evidente de niño rechazado. Nadie lo eligió como mejor amigo, nadie lo eligió como uno de sus favoritos para jugar, nadie lo eligió como posible compañero para hacer un trabajo... Y lo que era peor, más de la mitad de la clase lo eligió como respuesta a "¿con quién no quieres jugar?" o "¿con quién no te gustaría hacer un trabajo para clase?".
Pedro se dedicó en los siguientes días a observar el comportamiento de Luis, y el de sus compañeros. Lo que el estudio había reflejado no era más que una prueba de lo que sucedía a diario en su clase. Desde su inexperiencia, Pedro se sintió frustrado e impotente, ¿cómo lograr que 17 niños quieran relacionarse con otro?, ¿cómo encontrar la fórmula mágica para la convivencia?
Ayer Carlos (otro de los niños) le pegó a Luis en la cara. Cuando Pedro le riñó y le pidió explicaciones, Carlos argumentó que le había pegado porque era un pesado y porque no quería ser su amigo. Pedro sintió en este momento como a la bofetada que le habían dado a Luis en la cara se le sumaba la que le estaban dando ahora en el alma. Después de hacerle que se disculpara (forzosamente) el día transcurrió como cualquier otro. Pedro continuó todo el día pensando en lo difícil que resulta convivir con los demás cuando éstos no quieren hacerlo contigo, y también pensando en la impotencia que le provocaba esta situación.
Por la tarde, en el patio, los niños se disponían a jugar un partido de fútbol. Pedro, pensando en Luis y en que si los demás elegían a los miembros del equipo le dejarían el último, nombró a Luis y a otro niño para que formaran ellos el equipo. Cuando Luis nombró a su primer elegido, Pedro lo comprendió todo: la respuesta está en ponerle voluntad y en levantarse después de cada tropezón, en tenderle la mano a los demás aunque a veces te la retiren.
- ¿A quién eliges Luis?
- A Carlos.
Y Carlos fue a colocarse detrás de Luis con cara más bien de resignación.
Pedro no sabe cómo acabará esta historia ni si Luis conseguirá relacionarse con sus compañeros y convivir con ellos en esas horas diarias que pasan juntos. Pero sabe que el camino es el que Luis le marcó, ni un paso atrás, siempre adelante, porque convivir a veces resulta muy complicado, pero sin la convivencia estaríamos perdidos.
Por cierto, Pedro acepta y agradece sugerencias e ideas para ayudar a Luis con sus compañeros.
Miró por la escotilla como el niño que observa por vez primera un elefante, con asombro infinito y pasmosa incomprensión. Un negro mate salpicado de puntitos blancos y brillantes lo inundaba todo.
Las preguntas se le agolpaban en la cabeza. ¿Qué hacía ella allí? ¿Por qué la habían elegido entre tantos candidatos? ¿Qué la hacía especial para aquel puesto? Su vida había sido anodina y rutinaria. Era la menor de cinco hermanos y había vivido siempre con su familia en un pueblo junto al río Volga.
Bebió un poco de agua para humedecer la garganta, ya reseca. Echó un vistazo a todas aquellas lucecitas que no le decían nada pero que no dejaban de llamarle la atención. Unas se apagaban. Otras se encendían. No parecían seguir un orden establecido ni un ritmo determinado, pero no podía dejar de mirarlas. El destello que emitían la mantuvo entretenida un largo rato hasta que poco a poco dejó de fijarse en ellas. Un nuevo objeto redondo y azul asomó por la escotilla y pasó a ser el nuevo centro de su atención. “¿Qué es esa bola enorme que se ve? ¿Por qué me es extrañamente familiar?” Una fascinación hipnótica la atrapó en un estado de semiinconsciencia en el que todas sus preocupaciones y dudas quedaron a un lado.
Una voz la rescató del limbo. ¿Había sido un sueño? Esperó un largo rato. No. De nuevo volvió a oir la voz, esta vez más fuerte y clara, pronunciando su nombre y dando a continuación una serie de órdenes que le eran familiares ya que las había estado recibiendo durante el período de instrucción.
Cuando hubo acatado todas las indicaciones, se preguntó a sí misma cuánto duraría aquello. Cuándo podría volver a casa con su familia y amigos. Ensimismada en estos pensamientos, le invadió un fuerte sopor y el cansancio comenzó a hacer mella, por lo que decidió tumbarse para descansar un poco. Echó un vistazo al ojo de buey: la enorme bola azul había menguado de tamaño. Comenzó a tener dificultad para mantenerse despierta. Su respiración dio paso a fuertes jadeos y la debilidad se fue adueñando de su cuerpo. “¿Qué me sucede? No me advirtieron qué hacer en caso de dificultades.”
En vano buscó con la mirada alguna salida que la ayudara a volver al mundo real, pues estaba llegando al convencimiento de que aquello no podía ser sino una pesadilla, un mal sueño producido por algún alimento en mal estado o por una simple enfermedad pasajera.
Mientras llegaba a la más completa extenuación, el delirio se apoderó de su mente y creyó oir la voz de su madre gritándole desde el cobertizo: “¡Laika, acércate! Tengo un hueso para ti.”
A un hombre de unos 70 años le está entrevistando un periodista en plena calle.
El hombre entrevistado se expresa del siguiente modo:
Soy hijo de exiliados.
Hasta los 27 años y antes de la transición no pude volver a España.
A mi padre, pobrecito, no sabíamos ni dónde enterrarlo.
Mi madre estuvo muchos años en silla de ruedas.
Ahora tengo 70 años.
Hace meses me sacaron el 30 % de un pulmón.
Mi mujer es inmigrante.
Tengo tres hijos con ella.
De los tres sólo trabaja una , la del medio,... pero no cobra nada y por su marido se han tenido que ir al extranjero por posible corrupción.
Todos, incluidos los nietos, viven de mi asignación.
La mayor se acaba de divorciar.
Mi yerno se daba a las drogas y al alcohol y lo ha dejado quedándose con dos niños.
El pequeño de mis hijos aún no se ha ido de casa y además se ha casado con una divorciada con algún aborto provocado a sus espaldas y la ha traído a vivir con nosotros.
Esa señora antes trabajaba, tenía muy buen puesto, pero desde que vino a mi casa ya no hace nada.
Ahora tienen dos niñas que también viven bajo nuestro techo.
Y para colmo este año, con lo de la crisis, casi no nos hemos podido ir de vacaciones y si me apuras... ni he podido celebrar que España ha ganado el Mundial.
El periodista pone los ojos muy redondos y comenta:
Majestad, no creo que su situación sea tan mala.