lunes, 13 de septiembre de 2010

Kaleke



Kaleke caminaba descalzo sobre la tierra polvorienta que cubría todo el trayecto que llevaba desde su casa hasta el pozo. Los dos cubos que transportaba atados a cada extremo del palo se balanceaban juguetonamente de un lado hacia otro en un eterno vaivén. El sol comenzaba a despuntar sobre el horizonte y dibujaba sombras alargadas en la desnuda espalda de ébano del chico.


Se había levantado temprano, un día más, para poder echar una mano a sus padres en los quehaceres de la casa, si es que así se le podía llamar a la pequeña cabaña que compartía con ellos,  su hermano y su abuela. 


Hacía poco que su hermano pequeño Musamba, más hábil en ciertos menesteres, le había enseñado a silbar y practicaba sin descanso siempre que podía. Estaba perfeccionando una melodía que les cantaba su madre desde que eran pequeños. La silbaba una y otra vez sin descanso y con entusiasmo para evitar que el recorrido se le hiciera tan duro.

De pronto, el suelo comenzó a temblar con un sonido apagado que poco a poco iba en aumento. Volvió la cabeza y vio como una nube de polvo se dirigía hacia él. Temeroso, dejó caer los cubos al tiempo que se apartaba del camino principal y se ocultaba tras la maleza. Permaneció inmóvil durante un tiempo que a él le pareció eterno, hasta que el estruendo llegó hasta donde estaba. Allí delante, a unos metros, en el mismo camino por donde había pasado hacía un rato, vio lo que parecía un extraño demonio que rugía pero que no tenía boca. De su interior aparecieron dos hombres con unos bastones que cogían con ambas manos, aunque eran unos bastones como nunca antes había visto. Uno de ellos elevó el bastón por encima de su cabeza y de pronto comenzó a escupir truenos, por lo que Kaleke se asustó y comenzó a correr hacia el interior de la sabana. El hombre le vio y corrió tras él hasta que le dio alcance. Kaleke notó un golpe en la cabeza y después le envolvió la oscuridad.


La madre andaba preocupada, pues su hijo hacía horas que debía haber regresado con el agua. Había mandado a Musamba a buscarle ya que ella estaba enferma y no podía caminar debido a su estado, pero éste había vuelto al cabo de una hora y media sin noticias de su hermano.

El padre regresó de su dura mañana de caza con dos liebres colgadas de su cinto. Cuando se enteró de la noticia decidió salir en su búsqueda y siguió los pasos de su amado hijo para intentar averiguar su paradero. Cuando encontró el palo con los dos cubos a un lado del camino se detuvo. Fue entonces cuando se fijó en las huellas dejadas por el todoterreno y comenzó a comprender.


Sus manos estaban atadas y caminaba con dificultad ya que llevaba los ojos vendados. De vez en cuando oía cómo le gritaban mientras le daban empujones para que no perdiera el paso. Al quitarle la venda tuvo que protegerse con los brazos de la claridad que entraba por una pequeña ventana. Cuando se hubo acostumbrado a la luz vio con asombro que se encontraba en una especie de habitación con muros de piedra rodeado de chavales de edades en torno a la suya.
-¿Cómo te llamas?
-....
-¿No sabes hablar?
-Ka...leke- balbuceó.
-Yo soy Tenka y mi padre es el jefe de mi tribu. Él vendrá y me rescatará, y también a ti. Es muy fuerte y valiente, hasta los leones le temen. Ha cazado varios y una vez mató  una serpiente con sus brazos.

Mientras Kaleke escuchaba la historia de su nuevo amigo echó un vistazo al resto de los muchachos que les rodeaban. En sus caras veía reflejadas la angustia y la tristeza de haber sido arrancados del seno de sus familias. Algunos de ellos se habían orinado y avergonzados mantenían sus cabezas agachadas mirando al suelo. Otros chillaban y golpeaban en vano la puerta tratando de pedir auxilio. En mitad de aquel caos tuvo una sensación que no había experimentado jamás, sintió una gran opresión en el pecho y unas ganas irrefrenables de llorar.

Al cabo de un rato, la pequeña puerta que había permanecido cerrada se abrió y Kaleke reconoció a uno de los dos hombres que había visto bajar del extraño demonio que rugía. Traía consigo un saco de panecillos que vació en el centro de la habitación y una palangana con agua que dejó en el suelo junto a un pequeño cazo metálico. El hombre se marchó y los chavales se abalanzaron sobre las provisiones.


Los años habían transcurrido lentamente en el poblado. Pero más lentamente para la familia de Musamba, sobre todo desde la desaparición de su querido hermano. Todos los días rogaba a los dioses que le devolvieran a la persona que más quería junto a sus padres. Y todos los días se acostaba con la esperanza de que a la mañana siguiente, al despertar, su hermano estaría junto a él, se levantarían y se irían al gran árbol del bosque a jugar colgados de sus ramas. Esa noche soñó que se bañaban juntos en el lago que se formaba al sur del poblado durante la época de las lluvias y que servía de abrevadero para las manadas de animales.

Un estruendo ensordecedor le despertó en mitad de la noche. Salió apresuradamente de la cabaña y bajo la luz de la luna distinguió un grupo de soldados que estaban asaltando el poblado con sus armas automáticas, apresando a los más jóvenes. Sin pensarlo dos veces echó a correr, pero uno de ellos ya lo había visto y dio la voz de alarma al resto. Montados en su todoterreno, un par de hombres dieron caza al fugitivo. Musamba creyó reconocer a uno de ellos.
-Hermano, ¿eres tú?
Aquél le miró con gesto extraño y preocupado. Sus ojos dijeron que sí pero negó con la cabeza. Lo apresaron y lo subieron con ellos. Cuando regresaban a reunirse con el resto, el soldado golpeó a su compañero con la culata del arma y empujó a Musamba del vehículo.
-¡Corre! ¡Corre!

Corrió tan rápido como nunca antes había corrido, aunque le dio tiempo a echar la vista atrás un par de veces, lo justo para ver cómo aquel soldado que le había ayudado a escapar era abatido de un disparo por su compañero herido.

-¡Kaleke!- imploró Musamba.-¡Kaleke!- el eco sordo de su voz se perdió en la inmensidad de la llanura.
Una ráfaga de ametralladora sonó detrás de él. Eran miembros del ejército que venían a contrarrestar las acciones furtivas de la guerrilla. Una vez sofocada la escaramuza y los asaltantes puestos en fuga, Musamba se volvió a reunir con sus familiares que, por suerte, no habían resultado heridos. Otras familias no habían corrido la misma fortuna, ya que sus hijos habían sido reclutados por los soldados de la muerte.

-Kaleke, deja de jugar con las luciérnagas, es hora de dormir.
-Papá, cuéntame la historia de mi tío una vez más.
-Está bien. Si me prometes que te acuestas, te la contaré.
El niño asintió.
-Bien, comencemos: yo tenía un hermano al que quería mucho y que se llamaba como tú.

Otro relato de Óscar Morcillo.
Para disfrutar de más relatos de Óscar:

De tu esposo, que tanto te quiere (una carta de amor que esconde la trágica verdad)
El amor de Fahyun y Nemat (inspirado en el caso de Nemat Safavi)
Sensaciones (sobre sensaciones únicas e irrepetibles en la vida)
La lluvia y la navaja de afeitar (con un final sorprendente)
Quimerio (una historia espeluzante e intrigante)

20 comentarios:

  1. Lindísima la historia que nos dejas hoy Juanjo, quizás un poco triste para este lunes también triste en el que el sol no ha salido todavía.
    y yo me pregunto: ¿Cuántos niñitos más como Kaleke y Musamba han tenido que pasar por esa experiencia?.
    Una realidad lejos de nosotros (gracias a Dios), pero que otros afrontan diariamente.
    Cuano veo la sonrisa tan bonita de ese niño que has puesto en la foto, me vienen a la mente mis dos hijos y una vez más me digo y te digo Juanjo: ¡que afortunados somos! ¿verdad?.
    Un beso grande para ti y para todos los dinosaurios de tu vida.

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  2. Que historia tan maravillosamente contada. Cuantas historias reales serán iguales a esta o con un final más trágico. Cuantos niños dejan de serlo sin que hagamos nada porque simplemente su tierra no vale nada.
    Un beso enorme

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  3. Una historia desgarradora,pero real como la vida misma.
    Un besico

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  4. Da gusto leer historias asi...

    Gracias a ti, y a Oscar, por supuesto.

    Carpe Diem

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  5. A día de hoy esto sigue sucediendo en algunos lugares... Amarga historia dulcemente contada.
    Besosss

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  6. ¡Hola
    Una historia muy interesante.

    Saludos de J.M. Ojeda

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  7. Estremece pensar que esta historia se repite y muy a menudo,gracias a Oscar por recordarnos lo tristemente cotidiano en algunos lugares,saludos.

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  8. El relato me ha hecho sufrir las consecuencia de una impotencia que poco me permite pensar sino más bien odiar a quienes realizan estas acciones tan crueles.
    Por otro lado, la inocencia de Kaleke y Musamba nunca apagaron la fuerza de un niño que parece recuperarse ante todo.
    Creo que esto mismo es lo más interesante de esta interesante entrada que hoy compartes con todos nosotros.
    Un gran saludo y gracias.

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  9. Hoy he podido sacar un momento para visitarte. Otro relato para meditar.
    Saludos

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  10. @Chari: Y tanto que sí, no sabemos hasta qué punto. Un beso guapa.

    @LaMar: Besos para tí también guapa.

    @Buda: Y tanto que sí, cuántas habrán. Besos.

    @Adolfo Suárez: Se las daré de tu parte. Carpe diem.

    @Fayna: Sí, como sólo Óscar sabe hacerlo. Besos guapa.

    @J. M. Ojeda: Me alegra que así te lo parezca. Saludos.

    @Severino:Se lo haré llegar de tu parte. Saludos.

    @Adrián J. Messina: También yo lo creo. Un saludo y gracias a ti.

    @Froilán de Lózar: Así es. Un abrazo.

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  11. A TODOS, OS INFORMO QUE DURANTE UN PAR DE SEMANAS NO PODRÉ PUBLICAR, CONTINÚO SIN ADSL. NOS VEMOS EN CUANTO MOVISTAR ME LO PONGA UN POCO FÁCIL.

    SALUDOS.

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  12. ¡Jo que pena Juanjo!, pero bueno no te preocupes pues a tu vuelta seguiremos al pie del cañón disfrutando de tu blog.
    Muchos besitos.

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  13. @Chari: Gracias guapa, reconforta ver que estáis ahí. Besos.

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  14. @Alejandro Kreiner: Y tanto que sí. Un saludo.

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  15. ¿Que triste! Me han dado ganas de llorar.
    Que magnifica forma de contarla.
    Besos
    Nela

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  16. @Nela: sí, es muy triste, pero Óscar sabe contarlo como nadie. Besos.

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  17. Qué lindo cuento, desde luego Oscar es fenómeno y tú por traerlo....
    Y como más vale tarde que nunca, aquí te dejo mi comentario junto con enormes besos para los tres, que mi pequeñín tiene que estar preciosooo,

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  18. @Ross: Y tanto que lo es. Muchos besos para tí también guapa.

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  19. Mi querido JuanJo, que bella historia, dan ganas de leer más porque el autor casi "pinta" las escenas. Podemos imaginar a Kaleke de forma muy clara.
    Por cierto, me recuerda a Kunta Kinte, de Alex Harvey en su novela Roots.

    Besos amigo querido

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  20. @Tani: Sí, es que Óscar es un artista de la palabra. Besos.

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