Para que podamos hablar de ciudadanía europea conviene sortear varios problemas: el primero de ellos habla de la noción misma de ciudadano, entendida como sujeto del “derecho a tener derechos” y como titular de la soberanía; el segundo se refiere a la condición de ciudadano y a sus atributos a todos los sujetos sin excepción.
La UE parece dominada por el “Síndrome de Atenas”, es decir, parece obsesionada con recuperar el modelo democrático ateniense guiado por ideales de civilización, justicia, racionalidad, bienestar y progreso.
Con unos problemas, la exclusión, la que sufren los ciudadanos europeos extracomunitarios, que son hoy, unos auténticos extranjeros, y la que sufren los llamados infraciudadanos (parados permanentes, pobres, grupos étnicos desaventajados (por ejemplo: los gitanos), etc.).
Todo esto conduce a la fractura social y a la institucionalización de la exclusión y supone dificultades en el camino de la ciudadanía europea. Para luchar contra ello, conviene replantearse el rumbo original de la “Unión Europea”, priorizando la construcción del espacio económico, poniendo especial énfasis en la creación de empleo.
Otra dificultad con la que se enfrenta la ciudadanía europea, es la realidad multicultural que hay en el continente. Según diversos autores, para llegar a formar una identidad común europea, es necesario que se tengan en cuenta las identidades nacionales de todos los países miembros, para llegar a un espacio prepolítico europeo plural.
Para superar ese problema y gestionar democráticamente la multiculturalidad, hay que tomar en serio el pluralismo como elemento de legitimidad democrática y entender sus exigencias. No es suficiente con ser tolerantes, hay que tener en cuenta la igualdad de participación en la toma de decisiones y distribución de los resultados. Por ello es necesario reformular el pluralismo, encaminarlo hacia la integración de las diferencias, hacia la igualdad concebida en clave de diversa uniformidad.
No hay que intentar una democracia general, sino integrar en la democracia europea a todas las democracias de los países miembros como democracias diferentes y singulares. Según J. Berger, la democracia es una forma de resistencia perpetuamente cambiante, una lucha por los derechos, desde la diversidad. Es decir, la democracia, debe ser constantemente dialogada, revisada y si es conveniente modificada.
Europa debe ser un diálogo entre las diversas culturas coetáneas y así se llegará a la diversidad cultural, a la interculturalidad. El problema es cómo hacerlo y cómo valorar si todas las culturas son igualmente legítimas y válidas.
Para ello, debemos encontrar unos derechos fundamentales consensuados entre todas las culturas. Una vez consensuados cuáles son esos derechos fundamentales de los individuos, hay que examinar las diversas culturas para ver si cumplen con esos derechos, si la cultura filtrada respeta esos derechos es válida.
Así pues, hay que argumentar qué componen esos derechos fundamentales de los individuos, y habrá casos, como la práctica de torturas, sacrificios humanos, consideración inferior de la mujer o de los niños, etc. que no aprobarán esa argumentación (afortunadamente). Otro factor muy importante es la tolerancia, no se puede ser tolerante con conductas que interfieran en otros derechos fundamentales, porque entonces estaríamos faltando a éstos. Por otro lado, sí existen casos en los que se puede aplicar el concepto tolerancia, pero sin duda, es un tema que no es sencillo, y tiene muchos matices, ¿o hay que ser tolerante con los intolerantes?
Ya para concluir Javier de Lucas nos dice que la lección más importante que nos ofrecen los desafíos ante la reconstrucción de la ciudadanía europea, son que el derecho no es otra cosa que la lucha por los derechos. Así, y apoyándose en ejemplos históricos como: las libertades públicas y los derechos políticos que fueron sobre todo el triunfo de la burguesía frente al poder absoluto, nos dice que, hoy, un nuevo sujeto social pugna por romper el círculo cerrado de la ciudadanía entendida como fortaleza, frente al último muro, el de la exclusión de los extranjeros, para ser sujetos que puedan participar en la política, en la toma de decisiones y en la distribución de la riqueza desde su diferencia y no pese a ella.
Sin duda, todos estos temas son muy complejos, y para meditar profundamente, pero es importante que todos los componentes de la “Unión Europea” se muestren receptores y comprensivos los unos con los otros, para llegar a un entendimiento y a una valoración de la diversidad de opiniones, sin caer en etnocentrismos y siempre, claro está, respetando los derechos fundamentales.
¿Y tú qué opinas?
La UE parece dominada por el “Síndrome de Atenas”, es decir, parece obsesionada con recuperar el modelo democrático ateniense guiado por ideales de civilización, justicia, racionalidad, bienestar y progreso.
Con unos problemas, la exclusión, la que sufren los ciudadanos europeos extracomunitarios, que son hoy, unos auténticos extranjeros, y la que sufren los llamados infraciudadanos (parados permanentes, pobres, grupos étnicos desaventajados (por ejemplo: los gitanos), etc.).
Todo esto conduce a la fractura social y a la institucionalización de la exclusión y supone dificultades en el camino de la ciudadanía europea. Para luchar contra ello, conviene replantearse el rumbo original de la “Unión Europea”, priorizando la construcción del espacio económico, poniendo especial énfasis en la creación de empleo.
Otra dificultad con la que se enfrenta la ciudadanía europea, es la realidad multicultural que hay en el continente. Según diversos autores, para llegar a formar una identidad común europea, es necesario que se tengan en cuenta las identidades nacionales de todos los países miembros, para llegar a un espacio prepolítico europeo plural.
Para superar ese problema y gestionar democráticamente la multiculturalidad, hay que tomar en serio el pluralismo como elemento de legitimidad democrática y entender sus exigencias. No es suficiente con ser tolerantes, hay que tener en cuenta la igualdad de participación en la toma de decisiones y distribución de los resultados. Por ello es necesario reformular el pluralismo, encaminarlo hacia la integración de las diferencias, hacia la igualdad concebida en clave de diversa uniformidad.
No hay que intentar una democracia general, sino integrar en la democracia europea a todas las democracias de los países miembros como democracias diferentes y singulares. Según J. Berger, la democracia es una forma de resistencia perpetuamente cambiante, una lucha por los derechos, desde la diversidad. Es decir, la democracia, debe ser constantemente dialogada, revisada y si es conveniente modificada.
Europa debe ser un diálogo entre las diversas culturas coetáneas y así se llegará a la diversidad cultural, a la interculturalidad. El problema es cómo hacerlo y cómo valorar si todas las culturas son igualmente legítimas y válidas.
Para ello, debemos encontrar unos derechos fundamentales consensuados entre todas las culturas. Una vez consensuados cuáles son esos derechos fundamentales de los individuos, hay que examinar las diversas culturas para ver si cumplen con esos derechos, si la cultura filtrada respeta esos derechos es válida.
Así pues, hay que argumentar qué componen esos derechos fundamentales de los individuos, y habrá casos, como la práctica de torturas, sacrificios humanos, consideración inferior de la mujer o de los niños, etc. que no aprobarán esa argumentación (afortunadamente). Otro factor muy importante es la tolerancia, no se puede ser tolerante con conductas que interfieran en otros derechos fundamentales, porque entonces estaríamos faltando a éstos. Por otro lado, sí existen casos en los que se puede aplicar el concepto tolerancia, pero sin duda, es un tema que no es sencillo, y tiene muchos matices, ¿o hay que ser tolerante con los intolerantes?
Ya para concluir Javier de Lucas nos dice que la lección más importante que nos ofrecen los desafíos ante la reconstrucción de la ciudadanía europea, son que el derecho no es otra cosa que la lucha por los derechos. Así, y apoyándose en ejemplos históricos como: las libertades públicas y los derechos políticos que fueron sobre todo el triunfo de la burguesía frente al poder absoluto, nos dice que, hoy, un nuevo sujeto social pugna por romper el círculo cerrado de la ciudadanía entendida como fortaleza, frente al último muro, el de la exclusión de los extranjeros, para ser sujetos que puedan participar en la política, en la toma de decisiones y en la distribución de la riqueza desde su diferencia y no pese a ella.
Sin duda, todos estos temas son muy complejos, y para meditar profundamente, pero es importante que todos los componentes de la “Unión Europea” se muestren receptores y comprensivos los unos con los otros, para llegar a un entendimiento y a una valoración de la diversidad de opiniones, sin caer en etnocentrismos y siempre, claro está, respetando los derechos fundamentales.
¿Y tú qué opinas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario