La respuesta es clara: NO. Y hoy os dejo un artículo de Gregory Cajina, autor de «Rompe tu zona de confort» (Oniro),
un autor que vive a caballo entre Alemania y Madrid, lo que le permite hacer
continuamente comparaciones entre los dos países.
El artículo, titulado «No es que los niños alemanes sean más listos. Es que aquí los atornillamos a la silla» dice así:
Para explicarnos como
podemos aplicar la teoría de su libro —en el que se anima al lector a
arriesgarse y a tomar sus propias decisiones en la vida—, a las
relaciones entre padres e hijos, lo primero que hace es situarnos con
una comparación entre ambos países. «Aquí el niño es el centro de la familia. En Alemania son importantes, pero son un miembro más.
En Alemania la educación está muy orientada a la independencia del
niño, algo que la enseñanza tradicional española dinamita. Aquí se
atornilla al niño a la silla y se espera de él que no se levante hasta
que acabe la carrera. No es que los niños germanos sean más listos, o
tengan una composición cerebral diferente. Es que, al contrario de aquí,
se educan en la independencia, la creatividad, o a la experimentación».
Por eso lo primero por lo que apuesta Cajina
es porque los padres en España enseñen al niño a asumir su propia
responsabilidad, desde su más tierna edad y durante la adolescencia.
«Hay que enseñar al niño a romper con su propia zona de confort desde
que tiene dos años, obviamente poniendo un límite. El mejor legado que
pueden dejar unos padres a unos hijos no es el dinero, las
propiedades... Sino la autoconfianza de saber que en su cabeza están
todos los recursos para buscar o conseguir lo que necesita. El niño
tiene que saber que podrá reinventarse, porque sabe mirar desde
distintos puntos de vista».
¿Qué podemos hacer, entonces? El autor de «Rompe con tu zona de confort» aconseja
fomentar la creatividad, la experimentación, el riesgo calculado... «Y
en el proceso de aprendizaje, devolverle siempre la pregunta al niño. Si
te dice con cuatro años que si puede saltar, le tienes que contestar
que pruebe. Tienes que dejarle calcular su propia fortaleza. Lo más
seguro es que si no le miras cuando se caiga ni siquiera llore». Hoy,
continúa Cajina, sobreprotegemos a los pequeños. «Un niño se tiene que
ensuciar para aprender a integrarse, se tiene que hacer daño para
aprender a cuidar de sí mismo, y tiene que aprender a arriesgarse, a
levantarse, a sacudirse el polvo y recomponerse cuando se pierden todas
las canicas o las chapas».
Que se sientan queridos
El otro factor clave para su
crecimiento, afirma contundente, «es que se sientan queridos, no
rodeados de cosas». En muchas ocasiones los adolescentes (y los adultos)
acaban recurriendo a la violencia contra otros y contra sí mismos por
una ausencia de cariño (o sea, tiempo, atención) durante la infancia, el
desafecto, un mínimo de contacto, de comprensión, de calidez... Y ojo,
que la "ausencia estando presente" del padre/madre, o tutor adulto es
tan lesiva como una agresión para el futuro del chaval. Y esto no hay
Play Station que lo subsane»
En otras palabras, para Cajina,
lo que los pequeños necesitan es tiempo. «Nuestro tiempo. Entre otras
cosas, para ayudarles a que afloren esas virtudes con las que nacen de
fábrica... en lugar de insistir en convertirles en lo que nosotros
¿sabemos? que ellos ¿deben? ser. Eduquen, extraigan, descubran todo
aquello en lo que el chaval despunta y, sobre todo, disfruten y
proporcionenle los recursos para que expriman esos talentos». «Dejemos
de condenarles a desarrollar solo los talentos más demandados por el
mercado con la intención de que se conviertan en un individuo rico de
mayor... pero en un individuo que antes o después se preguntará... ¿Pero
qué demonios estoy haciendo con mi vida?».
El autor de «Rompe con tu zona de confort»
también nos ilustra durante nuestra charla sobre cómo podemos saber
cuál de las ocho inteligencias establecidas por el psicólogo Howard
Gardner presenta nuestro hijo. «La próxima vez que jueguen con sus
pequeños aprovechen para observar los diferentes talentos naturales que
demuestren. Lo sabran por la inusual habilidad y disfrute que
demuestren. Fíjense en su uso del lenguaje (con ustedes el próximo Nobel
de Literatura); su destreza en el uso de su capacidad motora (¿un nuevo
atleta en ciernes?); su habilidad artística (pintura, escultura,
arquitectura...; su empatía y simpatía (consigo mismo, con los demás; y,
por supuesto, la habilidad que nuestra sociedad ceba con esteroides: la
lógica cartesiana». «Tomen nota del modo en que le pequeño juega, en
cómo se desenvuelve. Escriba algunos ejemplos, aunque sean anecdóticos,
de aquello con lo que sonrie y, encima, es bueno haciéndolo».
La zona de confort en la adolescencia
¿Y cómo podemos romper la «zona de confort» durante la difícil etapa de la adolescencia? «Llevando al adolescente a ver las consecuencias de sus actos»,
responde Cajina. «Para que el aprendizaje se arraige tiene que
conllevar emoción. Por eso un adolescente tiene que vivir, que ver las
cosas. Por mucho que le cuentes lo que puede ocurrir si conduce bebido, a
no ser que lo viva o que se lo cuente el líder de su grupo, no te hará
caso. Es mejor que lo lleves al centro de Parapléjicos de Toledo, por
poner un ejemplo. Ese tipo de cosas en Alemania ya se hace».
También, prosigue Cajina,
hay que ser consecuentes tanto con los premios como con los castigos.
«Los padres debemos poner la información encima de la mesa. Luego la
decisión es de los adolescentes. Personalmente pienso que no se debe
premiar lo que uno debe hacer, aunque sí penalizar lo que no se hace».
«De otra forma empiezan los problemas con la motivación. Si tú das
siempre a esa persona una recompensa, esa persona se habitúa a la
recompensa».
Pero para eso, «lo primero que hay que hacer es involucrar al chaval en sus objetivos. Incluso por contrato»,
sugiere. «Por supuesto no tiene validez legal. El objetivo es dejar por
escrito las reglas del juego entre padre e hijo, y cuales son las
consecuencias si estas no se cumplen. Las penalizaciones pueden ser
humorísticas o de chanza, como una donación a una causa que no le guste o
algo sentimental que le duela... No es tanto por castigarle, sino por
ligar la emoción a algo que él o ella no ha conseguido». Ahora bien,
prosigue Cajina, «si el tipo ha estudiado pero ha sacado un seis, hay
que ser flexibles... Ha habido trabajo, ha habido esfuerzo... demoslo
por conseguido».