martes, 30 de noviembre de 2010

Frases profundas (de José Saramago)

Gracias a mi amiga Rosa, he podido acceder a estas frases de José Saramago, que a continuación reproduzco en tributo a él. ¡Ah! Y aprovecho para recomendaros que conozcáis las obras de Rosa en su blog: Pinceladas de ilusiones.  Y de Saramago, sólo decir que era genial:

La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva.

Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en su triunfo personal.

Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay.

Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos.

Pienso que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran.

¿Qué clase de mundo es éste que puede mandar máquinas a Marte y no hace nada para detener el asesinato de un ser humano?

No te pido que me lo cuentes todo, tienes derecho a guardar tus secretos, con una única e irrenunciable excepción, aquellos de los que dependa tu vida, tu futuro, tu felicidad, ésos quiero saberlos, tengo derecho, y tú no me lo puedes negar.

El poder real es económico, entonces no tiene sentido hablar de democracia.

No busques trabajo: escribe.

Es hora de aullar, porque si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan, y no hacemos nada por contrarrestarlos, se puede decir que nos merecemos lo que tenemos.

El tiempo no es una cuerda que se pueda medir nudo a nudo, el tiempo es una superficie oblicua y ondulante que sólo la memoria es capaz de hacer que se mueva y aproxime

Existen dos superpotencias en el mundo; una es Estados Unidos; otra, eres tú.

Yo no invento, sólo miro por detrás de lo que ya existe.
 
En un matrimonio hay tres personas: el hombre, la mujer y la tercera persona formada por los dos.

Si hay que buscar el sentido de la música, de la filosofía, de una rosa, es que no estamos entendiendo nada. 

Otros zarpazos que hablan sobre José Saramago en este blog: 
Otras entregas de frases profundas:

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martes, 23 de noviembre de 2010

Estrés laboral

Si de verdad queréis conocer la historia que no se aleja de mi mente desde hace ya  un  tiempo y que no he contado a nadie por temor a no ser creído, ser ridiculizado o, peor aún, llegar a ser incluso tachado de loco, entonces seguid leyendo.

En muchas ocasiones despierto en mitad de la noche creyendo revivir aquellos sucesos, con la frente perlada de sudor y el corazón latiéndome con tanta fuerza que parece que se vaya a salir del pecho. Tras lavarme la cara me miro frente al espejo preguntándome si acaso no sucedió jamás y todo fue producto de mi imaginación, tal vez enajenada por algún motivo desconocido del que yo no soy totalmente consciente y sin embargo habita en un oscuro rincón de mi cabeza. Por más vueltas que le he dado al asunto, no concibo explicación, al menos razonable, de los extraños acontecimientos que tuvieron lugar.
Por otro lado, las secuelas psicológicas que me han quedado son tan reales que aún habiendo sido víctima de alguna enferma cavilación, tendría serias dudas sobre la falsedad o la veracidad de los hechos, los cuales procederé a relatar a continuación con la objetividad que me proporciona el tiempo transcurrido.

Mi nombre es...Bueno, de hecho no tiene ninguna importancia y quisiera mantenerme en el anonimato, así que obviaremos este pequeño detalle. Nací en el seno de una familia de clase media, encabezada por un capataz de obra y su esposa, dedicada a atender las tareas del hogar. Junto a mis dos hermanos menores, fui creciendo en un ambiente bastante normal y acogedor. Cuando llegó el momento de decidir entre estudios o trabajo opté por lo primero, siguiendo los consejos de mi madre y elegí la carrera de arquitecto, aunque nunca llegué a acabarla completamente, ya que la economía familiar no era demasiado boyante y, como se presentó ante mi la oportunidad, gracias a una amistad de mi progenitor, de un puesto como representante comercial de una importante y célebre empresa dedicada a la venta de prendas de vestir, decidí aprovecharla.
He de confesar que al principio la idea me entusiasmó y, durante poco menos de un año viajé por medio estado presentándome a un gran número de clientes e intentando mantener o incluso mejorar el nivel de ventas que había dejado mi predecesor en el puesto, que, según me contaron, había muerto de un repentino ataque al corazón dos meses antes de poder jubilarse. El destino, tan caprichoso y cruel, había querido que su mujer falleciera poco después, víctima de una profunda depresión.

Los pedidos iban como la seda de la que estaban hechas nuestras camisas, ya que los clientes estaban muy satisfechos con el servicio y, por supuesto, con nuestros precios, que eran altamente competitivos en unos tiempos en los que todavía no habían comenzado a notarse los efectos de la crisis económica. Pero el temido crack golpeó con toda su cruda dureza y, en el transcurso de poco tiempo, me vi obligado a realizar viajes a remotos lugares, de los que nunca había oído hablar, con el objetivo de ampliar ventas a mercados que hasta entonces habían sido desdeñados por nuestro departamento financiero al considerarlos  poco o nada rentables.

Aquel día me encontraba de mal humor, pues me había dormido y había llegado tarde al trabajo por culpa de ese viejo despertador que no había cumplido con su obligación y me había hecho correr como un loco para poder alcanzar el autobús de las nueve y veinte. Aún me pregunto por qué lo uso y no me he comprado uno electrónico que lo sustituya con dignidad, además de que me despertaría con una suave melodía y no con un agudo sonido de timbre que se instala en mi cabeza y permanece en ella hasta que entro en la ducha y libero su refrescante carga sobre mi cuerpo. Tal vez el hecho de tratarse de un objeto que mi familia paterna ha ido heredando durante tres generaciones  ha influido para que le haya cogido cierto cariño a un armatoste tan antipático. Lo cierto es que no hay mañana en que me levante y no se me pase por la cabeza la idea de comprobar su resistencia a un impacto contra la pared.

Antes de entrar al despacho de mi supervisor ya presuponía, por la forma de gesticular mientras hablaba por el intercomunicador y su semblante serio, que las noticias que habría de darme no serían especialmente de mi agrado. Y mi sexto sentido no se equivocó.  Después de darme una charla sobre lo importante que es la actitud de un buen vendedor ante una época que se auspiciaba a todas luces iba a ser bastante complicada en lo que a ventas se refiere, me indicó que la estrategia de la empresa iba a tomar otro rumbo: debíamos abrirnos a mercados a los que antes no prestábamos atención y aprovechar cualquier oportunidad que se nos presentara para darnos a conocer. Dicho así no sonaba del todo mal, aunque la realidad era que a partir de entonces me iba a ver obligado a visitar recónditos y alejados lugares que apenas aparecían en los mapas.

En pocos meses pasé de cubrir el presupuesto con holgura a soportar reuniones extraordinarias y amenazas de despido de forma continua, por lo que mi estado de ánimo fue empeorando paulatinamente.

Había completado las tres cuartas partes de mi recorrido cuando apareció ante mí: Fensonville. Era extraño, la guía de carreteras no registraba ese nombre. Recuerdo que cuando leí el cartel indicador, mientras conducía mi Chevrolet, una extraña sensación de inquietud recorrió mi cuerpo. Una desazón similar a la que te provoca una mala digestión o el regurgitamiento de una comida hacia la garganta habrían definido más exactamente lo que sentí. Mis nuevas competencias me destinaban durante la próxima semana a una recóndita comarca situada al suroeste. Así que preparé la maleta esa misma noche ya que a la mañana siguiente debía partir temprano para cubrir los más de mil doscientos kilómetros que me separaban de mi destino.

A medida que me iba acercando, la singular orografía del paisaje se iba transformando. Los verdes prados de mi comarca natal, con sus suaves colinas al fondo, dieron paso a una ocre llanura  desértica totalmente despoblada de vegetación que se extendía hasta el límite que marca el horizonte. Después de un largo recorrido en el que el paisaje monótono y lineal llegaba a resultar deprimente, apareció tras una pequeña colina la imagen de un pueblo que a primera vista parecía sacado de una vieja película del viejo oeste, si se me permite la redundancia. Estaba rodeado por un rojizo paisaje marciano y se situaba en el centro de un pequeño valle. Los árboles brillaban por su ausencia, contribuyendo a dotar al paisaje de una aridez contundente. El único atisbo de vegetación que se veía eran algunos cactus desperdigados y grupos de matojos secos y retorcidos por el sol que conferían un aspecto melancólico al lugar. Estaba anocheciendo, así que decidí detenerme en aquel misterioso lugar para pasar la noche y continuar viaje al día siguiente.

Cuando enfilé la avenida principal, comencé a dudar si encontraría alojamiento en aquel lugar. Las casas, todas ellas de madera, bastante típicas de aquella región, presentaban un aspecto poco menos que abandonado. Las calles, sucias y polvorientas proyectaban un ambiente ciertamente fantasmagórico. 

Algo que me llamó poderosamente la atención era que no se veía ni un alma, ningún sonido rompía el silencio, si exceptuamos el ronroneo del motor de mi coche circulando en segunda. Cuando estaba llegando casi al final de la desierta avenida vi un cartel que anunciaba la ubicación, un poco más adelante, de un motel, por lo que suspiré con cierto alivio, al menos de momento, ya que existía la probabilidad de toparme con una puerta cerrada a cal y canto y unos cristales mohosos y opacos por el polvo. Aparqué enfrente mismo, gracias a la total ausencia de vehículos, aunque supuse (más bien deseé) que los lugareños eran bastante precavidos y aparcaban en el interior de sus propios garajes, lo cual explicaría el hecho de que el mío era el único automóvil a la vista.

La puerta, aunque un poco atrancada, cedió gracias a un fuerte empujón. Un húmedo olor a cerrado y a óxido me envolvió. Alcé la cabeza y vi una lámpara herrumbrosa que ahora se balanceaba por la corriente. El papel de las paredes estaba arrancado formando varios desconchones. Hice sonar la campanilla que había en el mostrador y al rato se oyeron crujir las escaleras, por las que bajó el encargado. Le expliqué cual era mi situación, haciéndole un comentario sobre lo solitario del lugar, a lo que respondió sin darle apenas importancia:

-La gente aquí se suele acostar temprano, sobre todo en esta época del año y no son amigos de pasear por la calle una vez que cae la tarde.

Tomé la llave que me ofreció y me dirigí hacia mi habitación pensando en sus palabras. Pero había algo más que me resultó extraño. Su expresión  serena y su semblante pálido le otorgaban una apariencia siniestra que  producía escalofríos, aunque lo verdaderamente inquietante era ese tono de voz espectral, que parecía salido de la mismísima ultratumba. Os podría parecer que me estaba volviendo paranoico, es cierto, pero cualquiera en la misma situación en la que me encontraba yo, es decir, incomunicado, a más de cien kilómetros del pueblo más cercano y en un lugar desconocido  que parecía completamente desierto, a excepción de la persona con la que acababa de hablar, hubiera comenzado a ponerse, al menos, un poco nervioso.  

La puerta de la habitación crujió con un sonido inquietante cuando saqué la llave y empujé hacia dentro. Cerré tras de mí y di vuelta a la cerradura impacientemente. Me encontraba un poco alterado, por lo que decidí llamar a mis padres. Tal vez el escuchar una voz conocida contribuiría a calmarme un poco. Pero el intento fue en vano, ya que la pantalla indicaba que no había cobertura. Cambié de postura y de lugar dentro de la habitación, pero fue inútil. Seguramente no habría ninguna antena en muchos  kilómetros a la redonda. La sensación de que en aquel pueblo, por alguna razón que no alcanzaba a comprender, sucedía algo fuera de lo normal, me iba atrapando lentamente. O  quizá la presión de mi trabajo, que últimamente me dejaba dormir apenas horas sueltas desde hacía algunas semanas, me estaba debilitando de tal manera que había logrado afectar a mi capacidad de atención y había alterado mi percepción de la realidad. Divagando en estos aspectos, me tumbé vestido sobre la cama. Lo cierto es que me encontraba bastante cansado y, aunque mi mente seguía dando vueltas como una noria, mi cuerpo quedó a merced del sueño de forma casi instantánea.

Lo que me sucedió a continuación aún me hace estremecer cada vez que lo recuerdo. No estoy muy seguro de si lo que pasó entonces fue un sueño o se trató de la realidad o quizá se mezclaron ambos. Soñé, aunque el sueño parecía muy real, que me encontraba en una habitación vieja y polvorienta, muy similar a la habitación del lugar donde estaba realmente. Era de noche. La luz pálida de la luna entraba por la ventana, que estaba desprovista de cualquier cortina y sus rayos blanquecinos dotaban la visión de un aspecto irreal. Oí cómo golpeaban la puerta, aunque el miedo atenazaba mis pies, impidiendo que me levantara de la cama. De nuevo volvieron a golpear, esta vez con más fuerza. Armándome de un valor que desconocía poseer,  conseguí incorporarme para accionar el interruptor, pero la luz no se conectaba, por lo que decidí abrir con mucha cautela. La silueta de una persona se vislumbró en mitad de la sombra que proyectaba el filo de la puerta. La sangre se heló en mis venas cuando creí reconocer al recepcionista del motel. 

-Le traigo sus sábanas limpias, señor, olvidé dárselas antes- exclamó, con aquella tétrica voz.

-Por cierto, ha habido un apagón de luz. Por si las necesitara, en el cajón de la mesilla tiene una vela y cerillas.

Intenté darle las gracias pero no pude articular palabra alguna, pues mi lengua se había quedado pegada al paladar, por lo que me limité a coger lo que me ofrecía con un ligero temblor de manos, tras lo cual me deseó buenas noches y, acto seguido, desapareció en la penumbra del pasillo. Cuando ya la oscuridad se lo había tragado, oí unas palabras que sin duda no iban dirigidas a mí y que decían más o menos esto:

-Dios, mi dulce y buena Elizabeth. ¿Por qué te la llevaste? Pero él pagará por lo que hizo.

Volví a despertar de nuevo. Esta vez la luz de la luna entraba en la habitación de forma oblicua, por lo que calculé que habrían transcurrido unas tres o cuatro horas. El interruptor seguía sin funcionar. Al echar un vistazo a mi reloj, me di cuenta que se había parado a las ocho y diez: más o menos la hora a la que había llegado al pueblo. Envuelto en un mar de cavilaciones, no me percaté de que un murmullo proveniente del exterior iba creciendo poco a poco hasta convertirse en un griterío. Me asomé por la ventana y mis ojos no dieron crédito al espectáculo que se desarrollaba ante mí: una multitud de unas cien personas o más, de las cuales varias portaban antorchas encendidas, se dirigían avenida arriba. Dicen que la curiosidad es más poderosa que el miedo y tal vez fue eso lo que me animó a salir a la calle para seguir a aquella gente, aunque no sé muy bien qué habría decidido si me hubiera venido a la mente ese otro refrán que dice que la curiosidad mató al gato. 

A tientas bajé las escaleras, salí al exterior y me aproximé a la esquina de la manzana por la que habían doblado, manteniéndome a una distancia prudencial. Me oculté como pude tras la barandilla de un porche para disponerme a presenciar la irreal escena. Me encontraba a unos treinta metros de distancia, en una plaza cuadrada, en la que, ahora sí, pude ver varios coches aparcados de modelos bastante antiguos, aunque esto ahora mismo no me preocupaba. Concentré toda mi atención en la turba, que parecía encolerizada, y observé que gritaban contra alguien. Entonces me di cuenta de que dos de ellos llevaban atada de las manos a una tercera persona, a la que conducían a estirones y empujones hasta que se detuvieron frente al gran árbol que presidía el centro de aquella plaza. La persona que iba presa llevaba una especie de pañuelo en la boca que hacía las veces de mordaza. Su aspecto era poco menos que lamentable, con las ropas desgarradas y la cara ensangrentada. No había ninguna duda de que se habían ensañado con él. Permanecí agazapado en mi improvisado escondite tratando de agudizar el oído ya que un hombre alzó los brazos y mandó callar al resto. Por su discurso, deduje que aquel hombre representaba la máxima autoridad, que habían atrapado a un asesino y violador y que iba a ser ajusticiado allí mismo por aquellos que lo llevaban preso, los cuales ejercerían de jueces y verdugos. Por la indumentaria que llevaban, era como si estuviera viendo una de esas películas ambientadas en los años cincuenta que echan por el canal Retro de la televisión por cable, solo que esta vez la película me estaba resultando demasiado real. Por supuesto ni se me pasó por la cabeza la ocurrencia de salir de allí para intervenir en la ejecución, ya que el miedo y el horror me tenían atenazado de los pies a la cabeza. Es más, las piernas comenzaban a quedárseme dormidas pero yo no tenía ninguna intención de mover un músculo, ya que de haberme visto alguien, apostaría a que mi vida hubiera corrido serio peligro. Así que permanecí allí inmóvil observando cómo la muchedumbre exigía que el preso fuera colgado inmediatamente. El hombre se llamaba Derek y se apellidaba Jones, creí entender. En cuanto acabaron de leer las acusaciones que contra él pesaban, dos tipos corpulentos lo alzaron sobre un taburete de madera para colocarle alrededor del cuello una soga que previamente habían pasado por la rama más gruesa del árbol. Le colocaron una capucha con la que taparon su cara, que era el vivo reflejo de la angustia y la desesperación. En ese momento tragué saliva. El hombre del discurso se encargó personalmente de ajustar la soga y después le propinó una patada al taburete, momento en el que el condenado comenzó a retorcerse espasmódicamente de un lado hacia otro hasta quedarse completamente inmóvil en pocos segundos. Fruto del shock que me produjo la escena, caí desmayado.

Cuando recuperé el sentido, los primeros rayos de luz entraban por la luneta delantera del Chevrolet. Comencé a desperezarme despacio, como hacen los gatos cuando se preparan para saltar. Noté como, uno por uno, todos los agarrotados músculos de mi dolorido cuerpo se iban despertando. Me sentí confuso, como si me hubieran drogado. Por un momento recordé los canutos en el patio del colegio cuando cursaba segundo grado. La sensación era similar aunque sin ese regusto a tabaco en el paladar. Arranqué a la primera y pisé a fondo el acelerador. Nunca había tenido tantas ganas de abandonar un lugar tan deprisa. 

Después de eso ya no recuerdo nada más, pero las enfermeras que me cuidan aquí dentro me han contado que me encontraron en la carretera 227, sin gasolina, agua ni comida, en algun punto entre Fensonville y Dirton, farfullando frases sin sentido y repitiendo palabras como ahorcado y horror. Ellas me han asegurado que de vez en cuando sufro profundas crisis nerviosas en las que entro en una especie de trance con breves periodos de amnesia.

RECORTE DE PRENSA DEL DIARIO COMARCAL “TODAY NEWS” FECHADO EL 17 DE JULIO DE 1955 :

“Hace un mes  fue linchado, en el remoto pueblo de Fensonville, en el estado de Oregón, un ciudadano llamado Derek Jones. Al parecer, según nos han informado fuentes policiales alertadas por un familiar del sr. Jones que llevaba varios días intentando ponerse en contacto con él, han sido detenidos varios sospechosos delatados por uno de los vecinos del pueblo que ha acabado confesando el crimen a los agentes destinados allí. Los presuntos culpables aseguran que se trataba de un supuesto asesino y violador. Al parecer el forastero venía de paso y se había quedado en el único motel del pueblo. En un descuido fatal había asesinado y violado, aunque no en ese orden, a la mujer del propietario. 

Las labores de investigación de la agencia federal finalizarán cuando se encuentre el cadáver de Derek Jones. A partir de entonces la policía estatal asumirá el mando del caso hasta el juicio.”

Óscar Morcillo
Para disfrutar de más relatos de Óscar:

De tu esposo, que tanto te quiere (una carta de amor que esconde la trágica verdad)
El amor de Fahyun y Nemat (inspirado en el caso de Nemat Safavi)
Sensaciones (sobre sensaciones únicas e irrepetibles en la vida)
La lluvia y la navaja de afeitar (con un final sorprendente)
Avería número 334 (una avería que te sorprenderá)
Quimerio (una historia espeluzante e intrigante)
Kaleke (la historia que se repite cada día)
El viaje (un viaje inolvidable)
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lunes, 15 de noviembre de 2010

Tú me enseñaste a mí

La llamaban Srta. Rodríguez. Su primer día de clase en 5º lo inició diciendo a los niños una mentira. Como la mayor parte de los profesores, ella miraba a sus alumnos y les decía que a todos los quería por igual. Pero eso no era posible, porque ahí en la primera fila, desparramado sobre su asiento, estaba un niño llamado: Pepe Sánchez.

La Srta. Rodríguez había observado a Pepe desde el año anterior y había notado que él no jugaba muy bien con otros niños, su ropa estaba muy descuidada y constantemente necesitaba darse un buen baño. Pepe comenzaba a ser un tanto desagradable. Llegó el momento en que la Srta. Rodríguez disfrutaba al marcar los trabajos de Pepe con un bolígrafo rojo haciendo una gran X y colocando un cero muy llamativo en la parte superior.

Un día en la escuela tenía que revisar los expedientes de los alumnos, cuando revisó su expediente, se llevó una gran sorpresa. La Profesora de 1º había escrito: “Pepe es un niño muy brillante con una sonrisa sin igual. Hace su trabajo de una manera limpia y tiene muy buenos modales... es un placer tenerlo cerca".
 
Su profesora de 2º escribió: “Pepe es un excelente estudiante, se lleva muy bien con sus compañeros, pero se nota preocupado porque su madre tiene una enfermedad incurable y el ambiente en su casa debe ser muy difícil".

La profesora de 3º escribió: "Su madre ha muerto, ha sido muy duro para él. Él trata de hacer su mejor esfuerzo, pero su padre no muestra mucho interés y el ambiente en su casa le afectará pronto si no se toman ciertas medidas".

Su profesora de 4º escribió: “Pepe se encuentra atrasado con respecto a sus compañeros y no muestra mucho interés en la escuela. No tiene muchos amigos y en ocasiones duerme en clase".

En este momento la Srta. Rodríguez se dio cuenta del problema y se sintió mal consigo misma. Y aún más cuando sus alumnos le llevaron sus regalos de Navidad, envueltos con preciosos lazos y papel brillante, excepto el de Pepe. Su regalo estaba mal envuelto con un papel amarillento que él había tomado de una bolsa de papel.


A la Srta. Rodríguez le dio pánico abrir ese regalo en medio de la clase. Algunos niños comenzaron a reír cuando ella encontró un viejo brazalete y un frasco de perfume con sólo un cuarto de su contenido. Ella detuvo las burlas de los niños al exclamar lo precioso que era el brazalete mientras se lo probaba y se colocaba un poco del perfume en su muñeca. Era el mejor regalo que le habían hecho los niños en toda su vida profesional.

Pepe se quedó ese día al final de la clase para decirle: “Srta. Rodríguez, el día de hoy usted huele como solía oler mi mamá". Después de que el niño se fue ella rompió a llorar, y desde ese día, ella dejó de priorizar la enseñanza de aritmética, lectura o escritura, y en lugar de eso comenzó a educar a los niños.

Conforme comenzó a trabajar con Pepe, su cerebro comenzó a revivir. Mientras más lo apoyaba, él respondía más rápido. Para el final del ciclo escolar, Pepe se había convertido en uno de los niños más aplicados de la clase y a pesar de su mentira, de que quería a todos sus alumnos por igual, Pepe se convirtió en uno de los “consentidos” de la maestra.
 
Un año después, ella encontró una nota debajo de su puerta, era de Pepe, diciéndole que ella había sido la mejor maestra que había tenido en toda su vida. Seis años después por las mismas fechas, recibió otra nota de Pepe, ahora escribía diciéndole que había terminado la selectividad, siendo el tercero de su clase y ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida.

Cuatro años después, recibió otra carta que decía que a pesar de que en ocasiones las cosas fueron muy duras, se mantuvo en la Universidad y pronto se graduaría con los más altos honores. Él le reiteró a la Srta. Rodríguez que seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida y su favorita.

Cuatro años después recibió otra carta. En esta ocasión le explicaba que después de que concluyó su carrera, decidió viajar un poco. La carta le explicaba que ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido y su favorita, pero ahora su nombre se había alargado un poco, la carta estaba firmada por José Sánchez., Doctor en Medicina. 

La historia no termina aquí, existe una carta más que leer, Pepe ahora decía que había conocido a una chica con la cual iba a casarse. Explicaba que su padre había muerto hacía un par de años y le preguntaba a la Srta. Rodríguez si le gustaría ocupar en su boda el lugar que usualmente es reservado para la madre del novio, por supuesto la Srta. Rodríguez aceptó. Y fue con el viejo brazalete puesto y usando el perfume que Pepe recordaba que usó su madre la última Navidad que pasaron juntos. Se dieron un gran abrazo y el Dr. Sánchez le susurró al oído, "Gracias Srta. Rodríguez por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y mostrarme que yo puedo hacer la diferencia".

La Srta. Rodríguez con lágrimas en los ojos, tomó aire y dijo, “Pepe, te equivocas, tú fuiste el que me enseñó a mí que yo puedo hacer la diferencia. No sabía cómo educar hasta que te conocí".
Autoría desconocida (recibido por email).
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jueves, 11 de noviembre de 2010

¿Qué es el amor?

Una reciente investigación realizada por un equipo de psicólogos y educadores, con niños de entre 4 y 8 años arrojó estas definiciones del AMOR

“Yo se que mi hermana mayor me ama, porque ella me dio todas sus ropas viejas y tuvo que salir a comprar ropas nuevas”. Lorena, 4 Años.

“Amor es lo que te hace sonreir cuando estás cansado”. Terry, 4 Años
“Cuando mi abuela se enfermó de artritis, ella no se podía agachar para pintarse las uñas de los pies, …mi abuelo desde entonces, pinta las uñas de ella aunque él también tiene artritis”. Rebeca, 8 Años.  

 “Amor es cuando una muchacha se coloca perfume y el muchacho se coloca loción para después de afeitarse, ellos salen juntos y se huelen”. Carlos, 5 Años.


“Durante mi presentación de piano, yo ví a mi papá en la platea levantando su mano y sonriendo. Era la única persona haciendo esto, y ya no sentí miedo”. Marcela, 8 Años.

“Amor es cuando tú le dices a un chico que él está vistiendo una camisa linda y él se la pone todos los dias”. Noelia, 7 Años

“No deberíamos decir 'te amo' sino cuando realmente lo sentimos, y si lo sentimos, deberíamos decirlo muchas veces. Las personas olvidan”. Jessica, 8 Años.


“Amor es cuando tu perro te lame la cara, aunque tú lo dejas solo el día entero. Anita, 4 Años.

Espero que os haya gustado, a mi me encanta. 
¡Qué grandes son los niños!

Autoría desconocida (recibido por email).
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domingo, 7 de noviembre de 2010

Frases profundas (de Markos Arroyo)

  1. Prefiero vivir como un rico y morir pobre, que vivir como un pobre y morir rico.
  2. Mi mujer en el supermercado "Voy a mirar una peras..." Si lo llego a decir yo, me corta el cuello.
  3. 46 millones de personas NO se han manifestado en contra de la ley del aborto.
  4. Si dejas de remar, la corriente te estampará contra las rocas. La vida también.
  5. El primer paso para escribir es leer; igual que el escuchar es el primer paso para hablar.
  6. La asignatura de religión está marginada en los colegios, habría que arreglarlo...mejor que se imparta sólo en los templos.
  7. Follar sin condón es como cruzar la M40 sin mirar, es cuestión de tiempo que mueras.
  8. No sé si echar el polvo de mi vida, o el de mi muerte. Mejor me pongo un condón.
  9. Si el camino es bueno el que comienza a caminar en soledad es el líder, luego le seguirán los demás.
  10. El día más duro de trabajo no es el primero, son los 8999 restantes
  11. Sólo un niño inocente puede creer que un rey le va a regalar algo.
  12. Los que salgan en mitad del temporal sin saber poner las cadenas, que levanten la mano derecha...la otra derecha.
  13. La cuesta de enero sí que promueve el espíritu navideño: en casita, al calor y compartiendo migajas.
  14. Si al buscar en el bolso, en lugar de preservativos te encuentras medicamentos, es que estás mayor.
  15. Nuevo método para conseguir bajar de peso: pesarse en la Luna.
  16. Generación Ni-Ni. Ni me jubilaré, ni tendré servicios sociales.
  17. Todas las mañanas me encuentro con una vecina que llega tarde al trabajo con una puntualidad asombrosa.
  18. Por mucho que te tapes la cara, si el culo lo tienes al aire, morirás de frío.
  19. La irracionalidad es contagiosa, la inteligencia no.
  20. La diferencia entre una capa de moho y la humanidad, es el tamaño de la naranja.
  21. Lo de Israel es una prueba más de lo que sucede cuando hay más cojones que cerebro.
  22. Si tu perro te dice que estás loco, créele: los perros no hablan.
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Si en su día vimos frases profundas de Adolfo Suárez o de Pedro Tremoleda, hoy le ha llegado el turno a mi amigo cibernético Markos Arroyo. Para los que no lo conozcáis, os recomiendo encarecidamente su blog: si no lo escribo, reviento.


El caso es que en él, hace unos meses, Markos hizo una recopilación de frases que guardé, y de las que hoy os he traído las que más me gustaron, pero hay más. Quien las quiera, tiene el post completo pinchando AQUÍ.

Otras entregas de frases profundas:
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miércoles, 3 de noviembre de 2010

La verdad de Soraya M.

"La verdad de Soraya M." es una de esas películas que comienzas a ver pensando que no te va a convencer. Pero afortunadamente, "La verdad de Soraya M." es también de ese tipo de películas que después de verlas, sabes que debes recomendar. 

Esta basada en unos hechos reales sucedidos en 1986, cuando una mujer se acercó a un periodista para contarle lo que allí había pasado. A lo largo de la película vemos a un pueblo enfermo, que se deja llevar por las acusaciones de un marido que quiere librarse de su mujer a toda costa, con la peculiaridad de que aquí una de las "leyes" es la lapidación por adulterio. 

El film (de los creadores de "La pasión de Cristo") cuenta con escenas muy duras (hacia el final del mismo), que a mi se me han hecho difíciles de ver. Pero creo que debemos verlas y así nos podemos concienciar mucho más de una situación que todavía hoy sucede en algunos países y que no se puede tolerar. 


Ficha de "La verdad de Soraya M.":

Título original: The stoning of Soraya M.  
Dirección: Cyrus Nowrasteh. País: USA
Año: 2008. Duración: 114 min. Género: Drama.  
Interpretación: Shohreh Aghdashloo (Zahra), Mozhan Marnò (Soraya M.), James Caviezel (Freidoune), Navid Negahban (Ali), David Diaan (Ebrahim), Vida Ghahremani (Bita). Guión: Betsy Giffen Nowrasteh y Cyrus Nowrasteh; basado en el libro de Freidoune Sahebjam. Producción: Stephen McEveety y John Shepherd.  
Música: John Debney. Fotografía: Joel Ransom. 

Sinopsis:

Kapuyeh, Irán. Zahara es una mujer con un secreto que no puede ni quiere guardar. Cuando  el periodista franco-iraní Freidoune Sahebjam llega fortuitamente a su aldea, ella tiene la oportunidad de revelarle lo que el resto de habitantes trata de ocultar al mundo. Soraya, una dulce y alegre joven, es víctima de una terrible conspiración capitaneada por su marido, que la acusa de adulterio. Este hecho es considerado como un crimen por la Sharia, el severo código de las leyes del integrismo islámico, que condena con una de las más terribles sentencias: la lapidación. Moviéndose a través de un campo minado de intrigas, mentiras y engaños, Soraya y Zahara tratarán de demostrar su inocencia ante un sistema jurídico injusto.

¿Podrás cerrar los ojos ante semejante atrocidad?

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