jueves, 3 de julio de 2014

Eloy Moreno vuelve a acertar con "Lo que encontré bajo el sofá"


Lo ha vuelto a hacer, Eloy Moreno, ha conseguido volver a cautivarme a mi y a miles de lectores con "Lo que encontré bajo el sofá", su segunda novela. Moreno cuya primera magnífica obra "El bolígrafo de gel verde" logró la proeza de hacerse famosa gracias a la edición y distribución del propio autor, cuenta ahora con más facilidades, ya que ahora la novela está editada por Espasa, como ya pasara con la segunda tirada de su ópera prima.


En "Lo que encontré bajo el sofá" Eloy Moreno hace una radiografía a nuestra sociedad, al día a día de cualquier ciudad del país, aunque la afortunada en esta ocasión en la majestuosa ciudad de Toledo. A través de ella y sus calles más antiguas, Moreno nos lleva a conocer a los secretos, los temores, los trapos sucios, los anhelo de sus personajes. 

Personalmente 'Lo que encontré bajo el sofá' me ha cautivado con la misma o más intensidad que 'El bolígrafo de gel verde', tanto que me la leí del tirón.  Con crítica incluída a los políticos corruptos y la mayoría de los estamentos sociales que perpetuan en nuestra sociedad diferentes roles e hipocresias. Una historia de amor y desamor, una historia de secretos, de sentimientos... Una historia que no os podéis perder y de la cual os dejo las primeras líneas:

Hay en Toledo una calle estrecha, torcida y oscura que guarda una casa con tres plantas y un patio interior. Un patio de donde nace una escalera rodeada de una barandilla de madera que está muerta por dentro.

Es casi la hora de cenar y un matrimonio acaba de cerrar la puerta de una pequeña habitación situada en la tercera planta. Fuera de esa misma puerta, a unos metros, un niño permanece sentado en el inicio de la escalera, a la espera de que sus padres salgan. Juega con sus pies contra el suelo mientras se asoma entre los barrotes para observar el arco iris de macetas que adornan el suelo del patio.

Tres pisos —y medio— más abajo, en una pequeña bodega convertida en taller, otro niño mira, fascinado, los relojes que hay sobre una vieja mesa de madera a la espera de ser reparados. Sabe que su padre le tiene prohibido entrar allí, por eso suele colocar a su hermano arriba, de vigía.

En ese mismo instante sujeta en su mano un precioso y caro —aunque eso él no lo sabe— reloj de bolsillo que parece estar en perfecto estado. De color dorado, tiene en su tapa una extraña inscripción con forma de dos corazones enfrentados. Lo abre y descubre unos preciosos números romanos en color oro sobre una esfera totalmente blanca. Es un reloj de mujer, y es un regalo, aunque todo eso él tampoco lo sabe.

De pronto, en la tercera planta, la puerta de la habitación se abre dejando escapar unos gritos que asustan a los dos hermanos. Padre y madre hablan a golpes. Ella sale de espaldas, quizás asustada, quizás arrepentida... quizás huyendo de un marido que en ese momento lleva la tristeza —y también la ira— derramada en el rostro.
Confusión, miedo, vergüenza, rabia, orgullo...
Y entre todos esos sentimientos, una mujer cae durante tres pisos, atravesando el vacío, hacia un patio repleto de flores.

Arriba, un niño se tapa los ojos al ver lo sucedido. Abajo, su hermano deja caer el reloj que aún tiene entre las manos, sube corriendo los pocos escalones que le separan de su madre y se encuentra con el resultado. Ambos descubren un dolor sin antecedentes.
 

Más generoso que yo, para eso es el autor, Eloy Moreno os deja un enlace en PDF a las primeras 30 páginas para que os pique la curiosidad. La novela íntegra la podéis conseguir en cualquier librería, FNAC, Casa del Libro, Corte Inglés… 



Enlaces de interés: 

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domingo, 27 de abril de 2014

Alfie Kohn: “los deberes no proporcionan ningún beneficio académico"


el mito de los deberes

Hoy comparto con vosotros fragmentos de un interesante artículo que he leído en "El blog alternativo" y con los que estoy muy de acuerdo.

“Creo que el efecto más perturbador es que la falta de interés de los niños por las tareas los lleve a adoptar una actitud negativa hacia el colegio y el aprendizaje en general. Diría que las tareas son el principal y MAYOR EXTINGUIDOR DE LA CURIOSIDAD INFANTIL. Queremos niños completos, que se desarrollen social, física y artísticamente, y que tengan también tiempo para relajarse y ser niños” Alfie Kohn.

El impacto de los deberes en la vida de las familias con hijos escolarizados es, en muchos casos, el siguiente:
  • una carga para las famlias
  • un estrés para los niños
  • un conflicto familiar
  • menos tiempo para otras actividades
  • menos interés por el aprendizaje
Esos son los temas que se tratan en los primeros capítulos del libro recién publicado en español “El mito de los deberes: ¿Por qué son perjudiciales para el aprendizaje y la convivencia” de Alfie Kohn, profesor, autor comprometido con la renovación pedagógica, uno de los críticos más destacables en EEUU del sistema educativio actual, experto en el proceso de aprendizaje y cómo se bloquea, y escritor de varios libros.

Existe un mito por el cual los deberes en casa (tras largas jornadas escolares) benefician a los niños y aportan responsabilidad, disciplina, hábitos de estudio y más. Pues Alfie Kohn tira por la borda este tipo de planteamientos y, avalado por multitud de investigaciones, concluye que “los deberes no proporcionan ningún beneficio académico para los alumnos de primaria y existen serias dudas sobre si son recomendables para los estudiantes de secundaria”. 

Algunos de los fragmentos del libro, nos dejan citas tan interesantes como las siguientes: 
Tras pasarse la mayor parte del día en la escuela, a los niños se les mandan —por norma general— tareas adicionales para realizar en casa. Un hecho muy curioso cuando te detienes a pensar sobre ello, pero no tan curioso como el hecho de que muy pocas personas se detengan a pensar sobre ello. Merece la pena preguntarse no solo si existen buenas razones para apoyar la práctica casi universal de mandar deberes para casa, sino también la razón por la que esta práctica tan a menudo se considera como algo natural —incluso por un considerable número de familias y de profesorado a quienes les preocupa su repercusión en la vida de los niños—.
El misterio aumenta cuando se constata que las extendidas creencias sobre los beneficios de los deberes —mayor rendimiento académico y promoción de valores como la autodisciplina y la responsabilidad— no vienen corroboradas por la evidencia científica disponible. Como veremos más adelante, los datos en que se apoyan dichas creencias son débiles o inexistentes, dependiendo del componente específico que se esté investigando y de la edad de los estudiantes. Pero, de nuevo, esto rara vez ha provocado una discusión seria sobre la necesidad de los deberes, ni ha calmado las exigencias de que se manden todavía más.

No hay duda de que estamos ante un tema de enorme relevancia para casi todos los que conviven con niños y jóvenes —un tema ante el que muchos nos sentimos frustrados, confundidos o incluso enfadados—. Pero a pesar de nuestra preocupación, rara vez se cuestiona la creencia de que se deberían seguir mandando deberes.
Esta postura de aceptación generalizada sería comprensible si, de vez en cuando, la mayoría del profesorado decidiera que un determinado tema debe continuar después del colegio y, entonces, se pidiera a los alumnos que leyeran, escribieran, investigaran, o hicieran algo en casa esa tarde. Podríamos plantearnos dudas sobre ciertas tareas pero, al menos, sabríamos que los profesores están aplicando un criterio, decidiendo caso por caso si las circunstancias realmente justifican la intromisión en el tiempo familiar, y valorando la probabilidad de que el resultado sea un aprendizaje significativo.
En esta línea, he de decir que en mi colegio cuando encargamos alguna tarea a los alumnos para hacer en casa, se trata de tareas significativas y necesarias para el alumnado, de carácter investigador o creativo y nunca tareas mecánicas. Además no existe una periodicidad para ello, las necesidades del día a día las marcan. Puede que una semana haya una tarea y luego pasen varias hasta que vuelva a ser necesario...

Es desconcertante que muchas escuelas que se describen, con orgullo, como “progresistas” o “alternativas”, manden tareas tradicionales de manera habitual en cuanto los niños llegan a tercero o cuarto de primaria y, algunas veces, incluso antes.  
 Cambiar el valor por defecto no es fácil, sobre todo en lugares donde el compromiso con el valor de los deberes está más cerca del dogma religioso que de la hipótesis científica. Además, un montón de tareas no solo resultan inadecuadas, son perjudiciales. Transmite a los niños la idea de que aprender sobre lugares lejanos (o la poesía o conceptos matemáticos) es algo aburrido y sin sentido, y elimina su deseo de explorar ideas. Como ocurre con muchos otros temas educativos, los beneficios de añadir buenas prácticas son limitados, a no ser que también estemos dispuestos a trabajar por la eliminación de las malas prácticas. 

Podemos evitarlo: debemos animarnos unos a otros (y a nosotros mismos) a repensar la creencia básica de que los deberes son inevitables y deseables. Deberíamos debatir sobre su valor y, si estamos convencidos de que hacen más mal que bien, posicionarnos en su contra. Los profesores deberían hablar sobre el tema con sus colegas, así como con los padres; los padres deberían hablar con sus amigos, así como con los profesores de sus hijos. Compartir información es una forma de ayudar a que esto ocurra, como encontró Bethany Nelson en la Sparhawk School. Del mismo modo, Ruth Lazarus, una trabajadora social del área de Chicago, comenta: “Los padres suelen tener tal ansiedad por las consecuencias de que sus niños no completen sus deberes, que yo diría que es la principal fuente de estrés para la mayoría de las familias con las que trabajo que tienen niños en edad escolar. Sin embargo, los datos ofrecidos por la investigación se han mostrado verdaderamente útiles para aliviar este estrés. Puesto que la investigación no corrobora el valor [de los deberes], muchas familias pueden relajarse”.

Lo que he encontrado es que la mayoría de los padres no quieren la pesadez de los deberes, pero tienen miedo de renunciar a ellos porque las cosas siempre han sido así. 

Katharine Samway era una de esas madres que habían aceptado su papel “como supervisora delegada…de la escuela” hasta que se vio pensando: “Tenéis a nuestros hijos durante seis horas, cinco días a la semana. ¿No podemos disponer de algo de tiempo para hacer lo que queramos con ellos?” Hasta que un día decidió decirle a su hijo: “No, no puedes hacer tus deberes hasta que hayamos vuelto del espectáculo/ regresado del paseo en bicicleta/acabado de jugar al fútbol/leído el libro, el capítulo o el poema”. Llegó a la convicción de que cuando las prioridades de la escuela están equivocadas, no hay que aceptarlas. La familia es lo primero. Los niños son lo primero. El verdadero aprendizaje es lo primero. Samway es profesora, a la vez que madre. Su experiencia como madre le enseñó el lado negativo de los deberes —lo que quitan—. Su experiencia profesional le dijo que no había mucho en el lado positivo; había poco que perder poniendo el poema o incluso el paseo en bicicleta por delante de las tareas de clase. Por supuesto, por valiente que fuera su decisión, lo que comenzó a hacer era solo una medida provisional que rescataba a su propio hijo. Pero decidió publicar sus reflexiones en una publicación educativa, con la esperanza de ayudar a que sus colegas repensaran sus prácticas.

Si los deberes persisten a causa de un mito, nosotros les debemos a nuestros niños —a todos los niños— luchar por una política que se base en lo que es verdadero y tiene sentido para ellos.
FRATO-Sin-odiar-lo-que-estudiamos1
MÁS INFO: web de la editorial Kaleida y blog El mito de los deberes
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domingo, 2 de marzo de 2014

¿Son los niños alemanes más inteligentes que los españoles?

La respuesta es clara: NO. Y hoy os dejo un artículo de Gregory Cajina, autor de «Rompe tu zona de confort» (Oniro), un autor que vive a caballo entre Alemania y Madrid, lo que le permite hacer continuamente comparaciones entre los dos países. 

El artículo, titulado «No es que los niños alemanes sean más listos. Es que aquí los atornillamos a la silla» dice así: 

«No es que los niños alemanes sean más listos. Es que aquí los atornillamos a la silla»

Para explicarnos como podemos aplicar la teoría de su libro —en el que se anima al lector a arriesgarse y a tomar sus propias decisiones en la vida—, a las relaciones entre padres e hijos, lo primero que hace es situarnos con una comparación entre ambos países. «Aquí el niño es el centro de la familia. En Alemania son importantes, pero son un miembro más. En Alemania la educación está muy orientada a la independencia del niño, algo que la enseñanza tradicional española dinamita. Aquí se atornilla al niño a la silla y se espera de él que no se levante hasta que acabe la carrera. No es que los niños germanos sean más listos, o tengan una composición cerebral diferente. Es que, al contrario de aquí, se educan en la independencia, la creatividad, o a la experimentación».

Por eso lo primero por lo que apuesta Cajina es porque los padres en España enseñen al niño a asumir su propia responsabilidad, desde su más tierna edad y durante la adolescencia. «Hay que enseñar al niño a romper con su propia zona de confort desde que tiene dos años, obviamente poniendo un límite. El mejor legado que pueden dejar unos padres a unos hijos no es el dinero, las propiedades... Sino la autoconfianza de saber que en su cabeza están todos los recursos para buscar o conseguir lo que necesita. El niño tiene que saber que podrá reinventarse, porque sabe mirar desde distintos puntos de vista». 

¿Qué podemos hacer, entonces? El autor de «Rompe con tu zona de confort» aconseja fomentar la creatividad, la experimentación, el riesgo calculado... «Y en el proceso de aprendizaje, devolverle siempre la pregunta al niño. Si te dice con cuatro años que si puede saltar, le tienes que contestar que pruebe. Tienes que dejarle calcular su propia fortaleza. Lo más seguro es que si no le miras cuando se caiga ni siquiera llore». Hoy, continúa Cajina, sobreprotegemos a los pequeños. «Un niño se tiene que ensuciar para aprender a integrarse, se tiene que hacer daño para aprender a cuidar de sí mismo, y tiene que aprender a arriesgarse, a levantarse, a sacudirse el polvo y recomponerse cuando se pierden todas las canicas o las chapas».

 

Que se sientan queridos

El otro factor clave para su crecimiento, afirma contundente, «es que se sientan queridos, no rodeados de cosas». En muchas ocasiones los adolescentes (y los adultos) acaban recurriendo a la violencia contra otros y contra sí mismos por una ausencia de cariño (o sea, tiempo, atención) durante la infancia, el desafecto, un mínimo de contacto, de comprensión, de calidez... Y ojo, que la "ausencia estando presente" del padre/madre, o tutor adulto es tan lesiva como una agresión para el futuro del chaval. Y esto no hay Play Station que lo subsane»

En otras palabras, para Cajina, lo que los pequeños necesitan es tiempo. «Nuestro tiempo. Entre otras cosas, para ayudarles a que afloren esas virtudes con las que nacen de fábrica... en lugar de insistir en convertirles en lo que nosotros ¿sabemos? que ellos ¿deben? ser. Eduquen, extraigan, descubran todo aquello en lo que el chaval despunta y, sobre todo, disfruten y proporcionenle los recursos para que expriman esos talentos». «Dejemos de condenarles a desarrollar solo los talentos más demandados por el mercado con la intención de que se conviertan en un individuo rico de mayor... pero en un individuo que antes o después se preguntará... ¿Pero qué demonios estoy haciendo con mi vida?».

El autor de «Rompe con tu zona de confort» también nos ilustra durante nuestra charla sobre cómo podemos saber cuál de las ocho inteligencias establecidas por el psicólogo Howard Gardner presenta nuestro hijo. «La próxima vez que jueguen con sus pequeños aprovechen para observar los diferentes talentos naturales que demuestren. Lo sabran por la inusual habilidad y disfrute que demuestren. Fíjense en su uso del lenguaje (con ustedes el próximo Nobel de Literatura); su destreza en el uso de su capacidad motora (¿un nuevo atleta en ciernes?); su habilidad artística (pintura, escultura, arquitectura...; su empatía y simpatía (consigo mismo, con los demás; y, por supuesto, la habilidad que nuestra sociedad ceba con esteroides: la lógica cartesiana». «Tomen nota del modo en que le pequeño juega, en cómo se desenvuelve. Escriba algunos ejemplos, aunque sean anecdóticos, de aquello con lo que sonrie y, encima, es bueno haciéndolo».

 

La zona de confort en la adolescencia

¿Y cómo podemos romper la «zona de confort» durante la difícil etapa de la adolescencia? «Llevando al adolescente a ver las consecuencias de sus actos», responde Cajina. «Para que el aprendizaje se arraige tiene que conllevar emoción. Por eso un adolescente tiene que vivir, que ver las cosas. Por mucho que le cuentes lo que puede ocurrir si conduce bebido, a no ser que lo viva o que se lo cuente el líder de su grupo, no te hará caso. Es mejor que lo lleves al centro de Parapléjicos de Toledo, por poner un ejemplo. Ese tipo de cosas en Alemania ya se hace». 

También, prosigue Cajina, hay que ser consecuentes tanto con los premios como con los castigos. «Los padres debemos poner la información encima de la mesa. Luego la decisión es de los adolescentes. Personalmente pienso que no se debe premiar lo que uno debe hacer, aunque sí penalizar lo que no se hace». «De otra forma empiezan los problemas con la motivación. Si tú das siempre a esa persona una recompensa, esa persona se habitúa a la recompensa».

Pero para eso, «lo primero que hay que hacer es involucrar al chaval en sus objetivos. Incluso por contrato», sugiere. «Por supuesto no tiene validez legal. El objetivo es dejar por escrito las reglas del juego entre padre e hijo, y cuales son las consecuencias si estas no se cumplen. Las penalizaciones pueden ser humorísticas o de chanza, como una donación a una causa que no le guste o algo sentimental que le duela... No es tanto por castigarle, sino por ligar la emoción a algo que él o ella no ha conseguido». Ahora bien, prosigue Cajina, «si el tipo ha estudiado pero ha sacado un seis, hay que ser flexibles... Ha habido trabajo, ha habido esfuerzo... demoslo por conseguido».

 

«Rompe tu zona de confort»


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domingo, 26 de enero de 2014

Francesco Tonucci: "La misión de la escuela ya no es enseñar cosas"

Hoy os dejo una entrevista del pedagogo Francesco Tonucci que me parece más que interesante: 

"La misión de la escuela ya no es enseñar cosas. Eso lo hace mejor la TV o Internet." La definición, llamada a suscitar una fuerte polémica, es del reconocido pedagogo italiano Francesco Tonucci. Pero si la escuela ya no tiene que enseñar, ¿cuál es su misión? "Debe ser el lugar donde los chicos aprendan a manejar y usar bien las nuevas tecnologías, donde se transmita un método de trabajo e investigación científica, se fomente el conocimiento crítico y se aprenda a cooperar y trabajar en equipo", responde. 

Para Tonucci, de 68 años, nacido en Fano y radicado en Roma, el colegio no debe asumir un papel absorbente en la vida de los chicos. Por eso discrepa de los que defienden el doble turno escolar. "Necesitamos de los niños para salvar nuestros colegios", explica Tonucci, licenciado en Pedagogía en Milán, investigador, dibujante y autor de Con ojos de niño, La ciudadde los niños y Cuando los niños dicen ¡Basta!, entre otros libros que han dejado huella en docentes y padres. Tonucci llegó a la Argentina por 15a. vez, invitado por el gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, a quien definió como "un lujo de gobernante".

Tonucci propone que los maestros aprendan a escuchar lo que dicen los niños; que se basen en el conocimiento que ellos traen de sus experiencias infantiles para empezar a dar clase. "No hay que considerar a los adultos como propietarios de la verdad que anuncian desde una tarima", explicó. 

Recomendó que "las escuelas sean bellas, con jardines, huertas donde los chicos puedan jugar y pasear tranquilos; y no con patios enormes y juegos uniformes que no sugieren nada más que descarga explosiva para niños sobreexigidos". 

Y que los maestros no llenen de contenidos a sus estudiantes, sino que escuchen lo que ellos ya saben, y que propongan métodos interesantes para discutir el conocimiento que ellos traen de sus casas, de Internet, de los documentales televisivos. "¡Que se acaben los deberes! Que la escuela sepa que no tiene el derecho de ocupar toda la vida de los niños. Que se les dé el tiempo para jugar. Y mucho", es parte de su decálogo. 

De hablar pausado y de pensamiento agudo, Tonucci transmite la imagen de un padre, un abuelo, un educador que aprendió a ver la vida desde la perspectiva de los niños. Y recorre el mundo pidiendo a gritos a políticos y dirigentes que respeten la voz de los más pequeños. 

-¿Cómo concibe usted una buena escuela?
-La escuela debe hacerse cargo de las bases culturales de los chicos. Antes de ponerse a enseñar contenidos, debería pensarse a sí misma como un lugar que ofrezca una propuesta rica: un espacio placentero donde se escuche música en los recreos, que esté inundado de arte; donde se les lean a los chicos durante quince minutos libros cultos para que tomen contacto con la emoción de la lectura. Los niños no son sacos vacíos que hay que "llenar" porque no saben nada. Los maestros deben valorar el conocimiento, la historia familiar que cada pequeño de seis años trae consigo. 

-¿Cómo se deberían transmitir los conocimientos?
-En realidad, los conocimientos ya están en medio de nosotros: en los documentales, en Internet, en los libros. El colegio debe enseñar utilizando un método científico. No creo en la postura dogmática de la maestra que tiene el saber y que lo transmite desde una tarima o un pizarrón mientras los alumnos (los que no saben nada), anotan y escuchan mudos y aburridos. El niño aprende a callarse y se calla toda la vida. Pierde curiosidad y actitud crítica.

-¿Qué recomienda?
-Me imagino aulas sin pupitres, con mesas alrededor de las cuales se sientan todos: alumnos y docentes. Y donde todos juntos apoyan, en el centro, sus conocimientos, que son contradictorios, se hacen preguntas y avanzan en la búsqueda de la verdad. Que no es única ni inamovible.

-¿Cuál es rol del maestro?
-El de un facilitador, un adulto que escuche y proponga métodos y experiencias interesantes de aprendizaje. Generalmente los pequeños no están acostumbrados a compartir sus opiniones, a decir lo que no les gusta. Los docentes deberían tener una actitud de curiosidad frente a lo que los alumnos saben y quieren. Les pediría a los maestros que invitaran a los niños a llevar su mundo dentro del colegio, que les permitieran traer sus canicas, sus animalitos, todo lo que hace a su vida infantil. Y que juntos salieran a explorar el afuera.

-Varias veces usted ha dicho que la escuela no se relaciona con la vida. ¿Por qué?
-Porque propone conocimientos inútiles que nada tienen que ver con el mundo que rodea al niño. Y con razón éstos se aburren. Hoy no es necesario estudiar historia de los antepasados, sino la actual. Hay que pedirles a los alumnos que se conecten con su microhistoria familiar, la historia de su barrio. Que traigan el periódico al aula y se estudie sobre la base de cuestiones que tienen que ver con el aquí y ahora. Esto los ayudará a interesarse luego por culturas más lejanas y entrar en contacto con ellas.

-¿Cómo se puede motivar a los alumnos frente a los atractivos avances de la tecnología: el chat, el teléfono celular, los juegos de la computadora, el iPod, la play station?
-El colegio no debe competir con instrumentos mucho más ricos y capaces. No debe pensar que su papel es enseñar cosas. Esto lo hace mejor la TV o Internet. La escuela debe ser el lugar donde se aprenda a manejar y utilizar bien esta tecnología, donde se trasmita un método de trabajo e investigación científica, se fomente el conocimiento crítico y se aprenda a cooperar y trabajar en equipo.

-¿Es positiva la doble escolaridad?
- En Italia llamamos a este fenómeno "escuelas de tiempo pleno". La pregunta que me surge es: ¿pleno de qué? Esta es la cuestión. La escuela está asumiendo un papel demasiado absorbente en la vida de los niños. No debe invadir todo su tiempo. La tarea escolar, por ejemplo, no tiene ningún valor pedagógico. No sirve ni para profundizar ni para recuperar conocimientos. Hay que darles tiempo a los niños. La Convención de los Derechos del Niño les reconoce a ellos dos derechos: a instruirse y a jugar. Deberíamos defender el derecho al juego hasta considerarlo un deber.

Fuente:  lanacion.com
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